No recuerdo, sinceramente no recuerdo cuando aprendí a jugar al truco. Nunca mi viejo me negó el café de la esquina. Supongo que trabajando de vaguito y mirando. Y algún día comencé. No se cuando.
El “chinchon”, como “la loba”, los juegos de piernas y escaleras, vinieron con una larga hepatitis que, en la infancia, obligó a todos los tíos y vecinas a distraerme un rato cada uno. Cansándose de entretener al enfermo.
Con el truco aprendí los refranes, desde el hachazo en el ojo a la flor en el ojal. Y la decisión previa. Con flor o sin flor.
Mi viejo me decía: El truco es de picardías, juegue para divertirse… para no enojarse si lo engañan en el truco no juegue por plata… juegue por diversión, que si pierde no va a perder…” A veces los viejos tienen sabidurías aprendidas vaya uno a saber donde….
Una pizza, un asado, una apuesta compartida, nunca dinero. El truco ha sido una diversión previa al asado o ligada a viajes. A torneos. Me acompaña desde que algún día, una vez, me senté a jugar. El Truco Gallo, el de seis, el mano a mano. Dos a 24 y el bueno a 30. Y la simbología. El cuatro de copas. El 7 bravo. El macho. Empardar. Primera en casa. Venga al pié. Y las procaces. Al menos un besito. Una puntita. Tóquelos para ver que pasa. Écheles la falta. Si le gusta cierro. Revire sin miedo. Un quiero seco. Mate y venga. Le robamos un tanto. Aunque sea un ancho falso. No se afloja, un chico lo gana cualquiera.
El truco sirve para entender el valor del contexto. Nada resistiría la presunción de culpabilidad por alguno de los dichos que rodean el juego. El que sea.
La generala fue y es otra cosa. También tiene su lenguaje y acaso “cero al as” es la mas universal (entre la gente como uno) de las definiciones del fracaso.
Así como no sé cuando empecé a jugar al truco se muy bien que en todos los cafés a la vuelta de los viejos diarios, con ilusiones, anécdotas y madrugadas sin porvenir, había un cubilete y una generala. Hoy, que en algunos bares semi cajetillas veo a 4 señoras jugando “al buraco” (una especie de “canasta uruguaya” con fichas de plástico) advierto que Discépolo se asombraría pero no diría nada porque el sostuvo: “en tus mesas que nunca preguntan…”
En rigor dan una continuidad a ése aprendizaje en los sitios comunes. El buffet de un club. El bar de la esquina de mi casa. La mesa contra la ventana. Antes cigarrillos. El potrillo de vino. El Moscato. El plato con aceitunas y el papel para hacer las rayas y acordar si habrá o no habrá doble generala. Los cafés. El sifón con soda.
El naipe sucio y con grasa nunca fue sospechoso. El tango que se mete en el asunto. “Cuantas veces con un 4 a un envido dije quiero y otra vez me fui a baraja sobrando con 33…” y lo dicho. El aprendizaje de una vida que alguna vez se ganó sin cartas, solo con el canto y otra vez se ganó con las viejas (27) y se perdió con “las perdedoras” (29) y hasta con 33 de mano. Sabiendo que, como decía el viejo: por plata nunca, así puede divertirse aunque pierda. Creo que el viejo hablaba de la vida. Pero nunca me animé a preguntarle, porque a él no le gustaba jugar al truco. Al tute si, pero eso es otra cosa.
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