Una frase me acompaña desde los primeros estudios, cuando comenzaba la segunda mitad del siglo XX: gobernar es poblar. Pertenece a Alberdi, en muchas ciudades una calle, un barrio, un espacio. Un ejemplar típico, visible, de los que pensaron para mucho mas allá de ellos.
Puestos mis días en la instrucción recibida, tan enciclopedista (gracias al cielo) la frase de Alberdi ubicó siempre una idea a la que adherí sin entenderla muy bien, acaso porque no era necesario racionalizar que mientras mas seamos, mejores serán los controles, la identificación y los pactos para un objetivo común porque gobernar es poblar y, según lo imaginaba, organizarse. Toda población se da su organización.
En cierta forma el control universal que ejercen las redes impide que cada quien haga lo suyo a oscuras. En algún lugar a uno se le escapa la tortuga y en internet las tortugas vuelan. No es esta una reflexión sobre las redes del siglo XXI, sino sobre lo necesario que sería que 150 millones de habitantes nos organizásemos. Menos posibilidad de malandrinaje a la descampada. La organización, se ha dicho, vence al tiempo o por lo menos no lo deja que actúe como se le antoje. El estudio, que es organizado, que es sistémico, rinde mas frutos que una información anárquica que no se sabe en que anaquel guardar. No somos 150 millones, sobra espacio y mandarinas. Andan muy sueltos de cuerpo los malandrines.
El otro lema, por decirlo de algún modo, ha sido: educar al soberano. Tal vez una importante deformación opere en mi. Hijo de maestra, nieto y sobrino nieto de profesoras de aquellas escuelas normales de la primera mitad del siglo XX, recibido en un colegio de maestros y habiendo ejercido el magisterio en las escuelas nocturnas de la provincia se muy bien, de modo así, sencillo, de lema inatajable, que la educación oferta mas libertad que la ignorancia y que, sin dudarlo, si se enseña sistemáticamente el conocimiento nos lleva de humanos a ciudadanos y de ciudadanos a soberanos de nuestro pensamiento y nuestras acciones. La suma de soberanías individuales nunca podría dar esclavitud o ignorancia, tan parecidas en su esencia.
No recuerdo cuando leí por primera vez esos conceptos. Los tíos demócratas progresistas ( en rigor de la “Liga del Sur”) el aliento independentista del sur santafesino, trajo las polémicas discusiones contra Monseñor Francheschi y un aliento ateo y libertario que el peronismo nunca logró dominar. Lisandro de la Torre, Gustavo Franceschi, Cardenal.
Otro mundo aquel en que un librepensador (Don Lisandro) polemizaba con un Cardenal de la iglesia católica y nadie lo veía como fuera de la ley. Peligroso si, pero por la polémica de las carnes. La economía, en Argentina, mató mas gente que las ideas. Provocó mas trifulcas. Mas grieta, si cabe la palabra.
Estudiábamos en el colegio aquellos que hoy son calles y no había, mas allá de Rosas versus Sarmiento y Saavedra versus Moreno. muchas discusiones que enfervorizasen. Acaso una estatua con bombas de alquitrán para Sarmiento. Hoy eso parece tan lejano. Tan lejano como el poema conjetural de Borges y la estatua que Lola Mora le dedicó al prócer de los cuadernos de tapa dura: Laprida. Con Laprida el 9 de julio de 1816. Parece tan posible y sin embargo…
Había, en aquellos estudios farragosos, un decidido avance sobre la ignorancia y un mensaje: los que gobiernan deben saber del presente que les toca y su obligación es mejorar las condiciones para un mañana mas abierto, si la palabra fuese sencilla: mas feliz. Se poblaba un país para eso y se enseñaba, se impartían conocimientos para lo mismo. Mejorar. No mucho mas. Mejorar.
De algún modo incierto (dice Borges) de algún modo que no logro explicar, aquellas discusiones se emparentan con los dos lemas que mantengo desde entonces como materias a rendir por cualquier gobernante con aliento de estadista, de bien intencionado, de simplemente honesto. Gobernar es poblar. Educar al soberano. No queda nada fuera, al ,menos nada fundamental. Esas enseñanzas acompañan a muchas generaciones que seguimos diciendo presente.
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