La palabra edificio a quien vive en una ciudad lo refiere a una construcción alta, sólida y firme. La historia y la definición no traicionan al sustantivo:” Un edificio (del latín aedificĭum) es una construcción dedicada a albergar distintas actividades humanas: vivienda, templo, teatro, comercio, etc.” Eso dice la definición de la Wiki-
En el edificio uno siente que está a cubierto de las inclemencias del tiempo, de los vientos y de una soledad, la de la calle, la del campo, la del pasado y la de la esquina, pero puede guardarse dentro de un edificio que, si no tiene compañías en el alma, la soledad puede ser mayor y el edificio actuar como una gran cárcel donde vaga, quien está solo, entre paredes sólidas.
Chico Buarque, ese fenomenal compositor brasilero le dedica a los edificios uno de sus temas mas tremendos: “Construcción”. Alegoría y denuncia del albañil, del empleado de la construcción en sus versos dice: “Amó aquella vez como si fuese última, besó a su mujer como si fuese última y a cada hijo suyo cual si fuese el único, atravesó la calle con su paso tímido, subió a la construcción como si fuese máquina, alzó en el balcón cuatro paredes sólidas, ladrillo con ladrillo en un diseño mágico, sus ojos embotados de cemento y lágrimas, sentóse a descansar como si fuese sábado, comió su pan con queso cual si fuese un príncipe, bebió y sollozó como si fuese un náufrago,danzó y se rió como si oyese música y tropezó en el cielo con su paso alcohólico, flotó por el aire cual si fuese un pájaro y terminó en el suelo como un bulto fláccido, agonizó en el medio del paseo público,
murió a contramano entorpeciendo el tránsito. ..”
La traducción es la autorizada por Chico, la de Daniel Viglietti. Mas allá del juego de las esdrújulas, un extraordinario alarde en la poesía y el idioma, resalta la denuncia sobre el trabajo a destajo que las grandes ciudades resuelven, cuando quieren crecer (supongo que la despiadada San Pablo fue la inspiradora, como antes Milan, etc…) No hay milagro social sin sangre y sacrificios fuera de lo humano, inhumanos. La escala de crecimiento, mas allá del artesano, no se detiene en personas sino en números.
Sin embargo hay otro costado del edificio y es como era y como es. Tendemos a creer que el mundo comienza cuando llegamos y son estos, los edificios, los que suelen quitarnos esa soberbia.
En Rosario el edificio de la Aduana, el del “la Jefatura”, el Correo, indican que hubo algo, alguien, gente y decisiones antes que nosotros y que la tendencia era construir para siempre.
Tal vez allí esté el punto en donde la palabra “edificio” se reduce al pasado porque convengamos, ahora se sigue construyendo, pero no parece que sean construcciones para siempre.
Supongo que el mejor ejemplo para saber de qué se trata aquello de construcción definitiva y constrtucciones nomás, esté en los andenes, en las estaciones de trenes que, alrededor de Rosario y en la misma ciudad, definen un modo: construir para siempre.
No hay administración del porvenir que no piense en que ahora las cosas no son eternas. Antes no era así. Nosotros estamos a caballo de dos ideas: construir para siempre o construir sabiendo que no sobrevivirá, lo que construyamos, al paso del tiempo y que eso no nos aflige sin sospechar que somos nosotros, ay, los que no lograremos vencer esa flecha, la del tiempo. Y que esa desaprensión debería afligirnos.
Rosario Central, Rosario Norte, Cruce Alberdi, Ludueña, Pérez, Zavalla, Pujato, Casilda… con destino Cruz Alta.
Rosario Central, Rosario Norte, Cruce Alberdi, Ludueña, Antártida Argentina, Funes, Roldán, San Jerónimo, Carcarañá, Correa, Cañada de Gómez (a veces hasta Las Parejas, La California, Las Rosas) Nota, hay mínimas estaciones intermedias, como las de Fisherton y la del Aeropuerto (apeadero Blas Bargas)
Varios desafíos tiene ese listado. Esos trenes, los del Gran Rosario (Gran rosario, región que algunos administradores de la cosa pública se niegan a entender, compartir, aceptar por egoísmo y miedo, tambien ineptitud) trasladaban civilización, seguridad, puentes contra la barbarie.
Esas estaciones soportaban inundaciones, crecimiento de las poblaciones, hasta los venenosos frutos de los acondicionadores de aire y sus cableríos. Estaban hechas para durar. Todavía no han podido destruir Rosario Norte, pese al empeño inusitado. Y los sitios de almacenaje ferroviario son hoy comederos, paseos comerciales, sitios donde resalta la idea: construir para siempre.
Tal vez si hace falta definir aquella civilización y esta sea necesario decidirse: se buscaba una construcción que sobrellevase inclemencias y fuese refugio seguro. Tal como se construían ideas, cuerpos de doctrina, conductas sociales. Se construía para sobrevivir la indetenible flecha del tiempo. A conciencia. Ese hormigón, ese ladrillo, esas ideas, soportaban bastante. Si las miramos podemos afirmar: aún soportan.
Es fácil inferir la resultante. Nadie construye, hoy, edificios de ningún tipo. Solo aquellos que vemos que se escapan a la precariedad, son los que muestran que se podía pensar en un porvenir mas lejano que la propia vida. Y mejor para los que llegasen, claro está.
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