Una discusión menor pero repetida es qué cosa es el confort. Uso una definición que arrastro hace tiempo y que no indica la bondad, sino la persistencia de la misma. Confort es tener un poquito de calor en invierno y un poquito de frío en verano.
La aparición de “zona de confort” para indicar un sitio donde uno está cómodo remite la palabra confort a comodidad y tranquilidad, ampliando la definición de algo que, en el fondo, es bastante personal.
“Aunque existen desde antiguo en español el verbo confortar ('dar ánimo, vigor o consuelo') y el adjetivo confortable ('que conforta o anima'), el sustantivo masculino confort se introdujo a mediados del siglo XIX a través del francés, con el sentido de 'comodidad o bienestar material'.”
La Real Academia Española no quita ni pone a la definición personal. Hasta qué punto la música es confortable y en qué momento de los decibeles, de la situación o del ánimo se transforma en ruido molesto. Somos diferentes.
Donde el tema se vuelve mas exquisito es en el confort según los tiempos. En mi barrio y en la primera infancia no había aparatos de aire acondicionado. Ni ventiladores en todas partes. Ni estufas que con relojitos subían, bajaban, acomodaban la habitación. La calefacción central y la losa radiante eran misterios que en el barrio ni se mencionaban. Nadie habla de un imposible y desconocido mundo que ni siquiera veíamos en las películas n i en el diario como aviso ni nada. Los muertos eran por monóxido de carbono. Una casilla incendiada. Eso.
Hubo chimeneas siempre y el sueño amoroso de los besos a la luz del fuego de una chimenea acompañó buena parte de las fantasías hasta que uno supo que la parte que va contra el fuego queda mas calurosa que la que se aleja y que, por tanto, frente y espalda, delante de una chimenea, no son iguales, pero la fantasía existe, como existe la chimenea y los hogares que la temperatura deja de un modo así, confortable.
Aquel tapado de armiño, todo forrado en lamé, como dice el tango, remite a las pieles abrigando el cuerpo pero las tantas sociedades protectoras de animales (hay tantas…) llevan al cuero sintético y los derivados del petróleo como los sustitutos de un calor animal que ahora aparece con la camiseta térmica.
Para el calor el asunto no es tan animal, para protegerse del excesivo calor la situación no es tanto animal como energética y los bio degradables - y el costo - ponen las cosas en otra dimensión, la dimensión billetera.
De los años en mi barrio, como recuerdo de modo permanente, me acompañan aquellas pantallas que regalaba Pascual De Gennaro, el almacenero. Un rectángulo con una figura del cine por delante, en cartón duro y por detrás la dirección del almacén. El de don Pascual con teléfono. Que era uno de los pocos teléfonos del barrio. El verano era de apantallarse. Ese rectángulo de cartón se sostenía por una varilla de madera, el mango de la pantalla, que no era abanico, pero servía para “apantallarse”. Mi vieja se apantallaba con Libertad Lamarque.
En el bar las cuestiones se complicaban. El “Lalo” no quería el ventilador de techo encima de su cabeza, bastante pelado el Lalo. Me hace doler, me resfrío. Afuera 45 grados en el pavimento y el Lalo pedía que apagasen el ventilador de techo o se paraba la partida de Tute Cabrero. Una exageración. De la zona de los billares venía, cada tanto, el vientito de un ventilador de pié, ruidoso, alto, que despejada el humo de tanto cigarrillo y obligaba a hablar con un vozarrón mas potente. Detrás del mostrador la radio tiraba tangos y avisaba la temperatura y que mañana no iba a llover.
El misterioso don de la sabiduría hacia que doña Carmen, la mamá del Carmelo, jefe, organizador y portaestandarte de la murga del barrio, no abandonase el italiano para quejarse del calor y acomodase dos hojas de rosa sobre sus sienes. El poder congelante de esas dos hojas del rosal del fondo, que doña Carmen cortaba por la mañana, con “la fresca”, antes que el sol acomodase el verano de modo completo, defendían su cuerpo levemente encorvado, del largo verano con pocas lluvias, algunos vientos y la humedad que, como se sabe, fue es y será la verdadera matadora del estío. Una asesina del buen humor la humedad.
Volvamos a la confusión, ¿Cuál era, en aquellos años, la zona de confort? ¿Vivíamos en el displacer? ¿Alcanzaba con el Bran Metal para calentarnos…? Con la estufa a gas de Kerosén… con el brasero… con la camiseta de frisa y los guantes de lana y el pulóver que tejió la tía Herminia, el rojo, que era el mas lindo aunque un poco apretado pero no importa, porque es invierno y abriga…
Esperábamos el colectivo para la escuela muy temprano, apenas claro el día, con el ponchito encima del guardapolvo, que tenía los botones a punto de saltar por el segundo pulóver debajo y la recomendación, al mediodía sacátelo a ese pulóver porque vas a sudar. Las medias altas y los sabañones.
Una sola respuesta. Pequeño secreto de la veteranía: la verdadera zona de confort es la nostalgia. Así estamos hechos.
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