Desde que lo recuerde hay, en Rosario, pequeñas salas de teatro. Compañías de teatro independeinte comienzan en ellas ilusiones, carreras, aprendizajes. Son salas de la esperanza. Salitas pèqueñas de grandes ilusiones.
Algunos son sótanos, mninigalpones al final de un edificio, sitios de conferencias que nunca se usaron, sectores de bibliotecas populares donde se quedó un piano y un telón.
Algunas son ahora salas de teatro, pero acaso fueron otra cosa cuando se hicieron esos edificios, esas construcciones.
Al costado del teatro El Círculo, acaso uno de los insultos que la ciudad hace a su pasado no cuidándolo como lo que es, una verdadera m,aravilla imposible de reproducir y muy fácil de cuidar si la ciudad no insultase su pasado. Al lado del teatro hay dos pequeñas salas donde se suelen reunir poetas, músicos. No mas de 70 a 90 personas.
En las otras salas también. Las he visitado de 30 personas. El orgullo es llenar 120 localidades. El número es vital para las sillas, la comodidad, el silencio y el aplauso. Ni tantas butacas como para soñar que se está triunfando en la televisión y vienen a verte porque se pertenece al fenómeno de la “masss media”, ni tan pocos como para que los ruidos de fuera le ganen al texto.
Hay una, en particular, sobre calle San lorenzo, donde escuché por primera vez a Alfredo Alcón. Vino a recitar Lorca, Federico. Llanto por Ignacio Sánchez Mejía. En otra oportunidad “El hombre de la flor en la boca” que ni siquiera diré de quien es, para que la curiosidad reaparezca en la lectura.
Alfredo venía y pagábamos la entrada porque siempre era a beneficio de un grupo teatral, de la filial de la sociedad de actores. Pagar era contribuir a esa cuestión inefable que es la batalla de una manifestación de la cultura, casi subterránea, que lucha y lucha contra la masividad.
En las salitas las luces son exactas y la humedad amenazante. Siempre hay alguien que sonríe porque uno llega. Aparecer, dar presencia en esos sitios es abrazar al otro de un modo que es eso: inexplicable.
Recuerdo otra donde debía venir Mercedes çSosa, Mathus, bandoneonista y marido y, también, Tejada Gómez poeta y recitador. El marido no llegó. De algún modo Armando Tejada Gómez recitó y la negra Sosa cantó. Quedaba por calle Corrientes y era necesario atravesar oficinas de algo, no recuerdo que, pero a la noche, esto es obvio, solo eran luces de una burocracia rendida al arte que allá, en el fondo, intentaba alumbrar el porvenir. La revista La Ventana (cita de Roberto Arlt)era quien convocaba. Orlando Florencio Calgaro. Los recovecos de la mente tienen pliegues que nadie entiende, que retuercen las cosas o las dejan quietas. El sonido de Tejada recitando” Hay un niño en la calle” me acompaña como si fuese salmo, liturgia, mandato y culpa permanente. Como si fuese católico militante. Todavía lo oigo.
Ignoro si esa salita sigue. Algunas se reconvirtieron en basurales, en sótanos de modelos, en bares musicales. La vida “sub”, la vida por debajo de la cotidiana es como el agua, que siempre busca su nivel, siempre tiende hacia el mar.
Recuerdo otra en los altos de una casa, sobre calle San Juan, cerca del Rich, ese restaurante como no habrá otro y frente al Estacionamiento del Automóvil Club y la plaza Montenegro…. O como quieran llamarla. Cuando la visité estaba haciendo un trabajo David Edery. Félix Reionoso y David eran los dos personajes que mas afecto lograban de todos sus amigos. Eran tiempos de tal calificación: afectos. La actuación, como se decía, “son cinco guitas aparte”.
En esas salitas había que hacer de plomero, carpintero maestro soldador, pintor y contorsionista, para llegar a calafatear cada cosa como correspondía, hasta en los detalles.
En un sótano sobre calle Laprida estrenaron dos adaptaciones que el atrevimiento y la desfachatez permitieron sobre una traducción inglesa de “El tigre y los dactilógrafos” dirigda por uno de los habitantes definitivo de esas salitas. El “Tano Filipelli”. No se podría hablar de los años ‘60/70/80 del teatro independiente sin citarlo.
En otro sótano, este sobre Calle Mitre, cantaban todos los conjuntos folclóricos de la región.
Aún hoy estan las salitas, los altillos, las habitaciones del fondo de la casa grande que se usan para obras circulares, para recomponer esas paredes pintadas a pulmón y entusiasmo y las butacas conseguidas de ocasión (las sillas plásticas y apilables solucionan tantas cosas,.,, hasta Pirandello y Chéjov si hace falta).
La defensa de la contra cultura peleando con la instrucción oficial tuvo una primera etapa de florecimiento con las “bibliotecas populares”. Llegué tarde. A la de las salitas del que ahora llaman “el off” no y lo confieso. En esos sitios se aprende sobre la solidaridad, sobre el otro y sobre la esperanza colectiva mucho mas que con un sermón o un libraco universitario. No todos. No siempre. Recordemos: todo texto, aún este, es una arbitrariedad.Tengo para mi la constancia. Existen en todas las ciudades que he visitado y visito.
Endémicas, indomables, son una plaga que el adocenamiento quiere matar pero no puede. No hay antídoto contra el pensamiento. En las salitas siempre flotó un pensamiento distinto, lleno de vísceras y porvenir. Imposible de esquivar.
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