Una de las grandes instituciones de nuestra sociedad ( que el “Siglo de los signos” está olvidando) es el regalo, el regalito. Este, el siglo 21, es el “Siglo de los signos”. Desde los emoticones a “me clavó un visto” la comunicación es otra, la velocidad diferente y las emociones mutiladas, alambicadas, atravesadas por la premura y la universalidad. Se entiende que el regalito, el presente, el significado claro:”me acordé de vos y te traje esto”… esté desapareciendo. Mínimos signos universales acompañan la vigilia de los mortales. Signos que son demasiado comunes para considerarlos regalos personales.
Los cumpleaños se saludan en las redes y estas, innominadas, pueden decir mañana cumple años Carlitos. A Carlitos lo saludan en las redes mas de 300 personas a las que no conoce, no conoce bien o, simplemente, entiende de ellos por un perfil suscinto que está “colgado” en… las redes.
Los primeros que entendieron esto son los comerciantes. La secuencia es común para zapatillas, buzos o pulseras:…”Es para regalo?. Se lo envuelvo bien. Además le pongo dentro esta tarjetita, por si lo quieren cambiar…” Definitivamente el regalo no es lo que era. Hoy es una duda y tiene efectos colaterales. Si lo va a cambiar la/el agasajado ( y seguro que lo cambiará) sabrá cuan pijoteros, amarretes, cuidadosos con el dinero hemos sido. Otra complicación, lo compramos el día del descuento, del dos por uno , del 70% en la segunda prenda y las cuentas no cierran cuando pide el cambio. Deberíamos agregar lo básico: si lo que regalamos no sirve, no agrada y lo cambian que poco conocemos al agasajado.
Una señora algo mayor, pero aún lúcida, apenas tiene 90 años, siempre regaló dinero dentro de un sobre. Su argumento era insultante y sencillo. “Les regalo plata porque con cualquier regalo igual saben cuanto los quiero por el costo del regalo; si les doy la plata por ese valor no me equivoco comprando algo que no les gusta o no les sirve, así con el sobrecito ellos se compran lo que quieren y yo no me equivoqué”. Tenía hijas de 100 dólares y sobrinos de 20 dólares. Casamientos de 300 y muy allegados de 500 dólares. Una adelantada.
Con los chicos el asunto se complica. Hay que llevar el regalo que entra en competencia con otros. Y sucede lo que los especialistas en conductas infantiles sostienen. “El niño arma su propio juguete con el juguete que le entregás, porque lo arma en su juego, en ése instante. El niño juega y lo que le proporcionás es una herramienta para su juego, no el tuyo o el que está programado en la caja…” Muy difícil. Lo que sucede es simplemente trágico. De todos los regalos eligen una pelota de plástico y salen al patio. O cuatro palitos y comienzan a tirárselos los unos a los otros mientras autos a pilas, muñecas que hablan en inglés y rompecabezas didácticos, que costaron muy caro, quedan en la pila sobre la mesa, son regalos que la madre acomoda con cuidado sabiendo que deberá llevárselos en una bolsa cuando tengan que entregar el saloncito para fiestas infantiles. A las 21 horas en punto porque los chicos, a ésa hora, deben estar en su casa, viendo televisión. Y el alquiler está pago estrictamente de 18 a 21. Cumpleaños tipo taxi. Con reloj.
Con los adolescentes el tema regalo es definitivamente inarreglable. Dejame solo. No preciso nada. Ah, bueno, una remera. Si dejala ahí. El viaje a Disney…? Dale. Adolecer es tener un faltante pero tengo para mi que los adolescentes no tienen un faltante de madurez sino un exceso de practicidad. Los adolescentes tienen el mundo de mañana claramente dibujado y para nosotros son cuentas borrosas (los días por venir) con achaques, 18 cuotas y el seguro del auto.
Lo peor es la persona (del sexo que sea) que ocupa afectos importantes. Esto me trajiste. Ah bueno. No te hubieras molestado. Dejalo ahí.
Hay una consigna: el regalo se abre en el momento. Eso me enseñaron, con ese dogma vengo. Cuando me dicen “dejalo ahí” intuyo claramente que soy menos que un cero, que tengo destino de canasto o cajón del fondo en la habitación.
El siglo 21 trajo también la multiplicación de las familias disfuncionales. Un tío que no está mas porque la hermana de mamá lo despidió de su corazón, el primer marido de la nena que viene con su nueva pareja y el sobrino aquel que seguimos queriendo, pero que es hijo de la primera mujer de mi hermano y que ya no es nada porque era de un matrimonio anterior pero quedamos llenos de cariño. Esos regalos cruzados, del me acordé, esta vez me acordé suelen ser de los mejores o de los peores, pero son claramente regalos sorpresa. Cinturones que quedan chicos, camisas que son encorsetadas y no cierran y zapatillas que nunca usaremos. Lo que vale es la intención.
Hay un solo regalo que muchos no terminan de entender pero que es único. Un nacimiento. Hijo, sobrino, nieto, primo, vecino. Nene abandonado en el portal. Un nacimiento. La vida, ese largo río donde un día entramos y de donde otro día nos iremos, tiene un solo regalito inatajable. Que es, a la vez, pura enseñanza. Un nacimiento. El resto como dice la canción, chucherías, pulseras y perlas. Regalito, lo que se dice “regalito”, uno solo.
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