Entrando a las ciudades se los ve. Entrando a muchas ciudades tal vez pase lo mismo, pero entrando a esta ciudad todavía se los ve. Hornos ladrilleros. Junto al arroyo o por allá, cerca del campo primero, del baldío suburbano, ese que tiene basura ciudadana, bolsas inarreglables del peor material, gomas viejas de autos que ya murieron, cascotes y el esqueleto de un lavarropas. También un carro.
Los hornos de ladrillos se diferencian de la zona de sembradíos y de quintas. Y de vacas. Y de chanchos. Nadie pone un horno de ladrillos donde puede sembrar soja o custodiar 30 chanchos. Cerca de los hornos de ladrillo puede haber chanchos, ovejas, pero no son el eje del trabajo. El trabajo es el horno. Trabajo duro.
Ese pisadero, las hormas, la leña por debajo y en lo alto los moldes de barro para que el calor los deje "cocidos". Si la tierra es mala, salobre, con líos de arcilla y humus el ladrillo no es el mejor. Igual se hacen.
Esos ladrillos bayos, multicolores. son de segunda. Los ladrillos con el color rojo ladrillo son los mejores. Parejitos. Para un buen muro, una pared. Los trabajos con “ladrillo visto” exigen cierta calidad visual que se junta con la verdadera calidad. Tierra y cocción.
Cualquiera que mire atentamente un “ladrillo overo” sabe que el agua, la sal, el barro y el trabajo tienen cierto descuido. No importa. La casa hay que hacerla.
El ladrillo es, en si, una metáfora. Es un pacto social. Es un frente amplio que, como dijese el general, junta agua, tierra gastada, adobe, bosta, pequeñas briznas de paja, basura orgánica y calor para que todo resulte en una pieza cocinada de igual tamaño.
Una bellísima canción ( en algún momento prohibida en Argentina) habla de “otro ladrillo en la pared”. Un viejísimo tango indica: ” ladrillo está en la cárcel”... Canciones son canciones y las casas son de ladrillo. Eran, el bloque pre moldeado cambia la estètica y la velocidad. También el costo.
Conozco, he vivido en los ranchos de adobe. Con la cumbrera de palo y el techo de paja. Tambien en los domicilios de rápida resolución con bloques de cemento. En las construcciones de ladrillo y en las de madera. En esas inefables propiedades horizontales donde el “ladrillo hueco” aliviana peso y quita privacidad. Otras con bloques de premoldeado. De fibro cemento. De “Durlock”. La pulsión gringa es sencilla: quiero casa propia. Listo. Sencilla e inatajable.
En la ciudad todavía sobreviven algunas paredes con ladrillos de adobe y otras, que se puede demostrar que aún existen, donde la junta de ladrillo con ladrillo es con adobe, no con la mezcla tradicional de arena, cal y portland.
He leído que en algunas sociedades venden una casa a 30 años de hipoteca. Aquí hace tiempo que no. Pero es evidente que la pulsión: casa propia, viene desde que los humanos dejamos de ser nómades y, como los perros, queremos tener la cucha en el mismo rincón.
A veces en las serranías uno mira una casa en lo alto del cerro y no se imagina cómo llevaron los ladrillos tan hacia arriba. Con las pirámides egipcias nunca tuve dudas porque se que fueron marcianos y la levitación de la materia. Con las casas de nosotros, los humanos, el asunto es diferente. Llegué al susto hace unos años en Edimburgo, en las afueras, en lo alto, un castillo de piedra y piedra. Pero en la era cristiana. Humanos subiendo esos bloques. Es evidente que el mandato de la casa propia, como el de orinar el territorio, supera cualquier sistema político.
En las entradas a la ciudad, en todas, cartón, maderas, latas y ladrilllos. Si se puede ladrillos. Una casa. El mismo techo. Quiero decir: todos los días y en el mismo lugar el mismo techo. Propiedad privada. Es difícil entender que en las villas de miserias el casado casa quiere y la intemperie sin fin del nómade machaca. Quiero mi casa. Ya. No es casualidad que tenga rango constitucional que el derecho proteja al que quiere tener casa. Es constitucional ese derecho a la vivienda digna.
La abuela “pepa” ponía el ladrillo, el mismo, en el fuego a la noche. Después con unas pinzas lo sacaba, lo envolvía con diarios, después con una cobija vieja recortada a tal efecto y aseguraba: es mejor que el porrón de ginebra con agua hirviendo o la bolsa de goma con agua bien caliente. Y se la llevaba a la cama. Extraño a mi abuela. El ladrillo trae nostalgias. En ambos casos hablamos de tibiezas.
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