Especial para el portal Urgente 24
Un viejísimo periodista deportivo, Osvaldo Ardizzone, con quien nos encontrábamos los domingos , después que firmara su nota en El Grafico”, pasadas las 10 de la noche en el “Hamburgo”, restaurante sobre Irigoyen, al costado de la 9 de julio, entre Lavalle y Tucumán, para comer un bife con papas y largas tenidas de vino tinto y wisky decía, Osvaldo, cuando entrábamos y nos recibía, sonriente, el maitre indicándonos que la mesa del fondo, la redonda, estaba preparada:…” Bigote, esto alguien lo paga… nosotros”. La reflexión provenía de lo siguiente, el que nos recibía no atendía mesa alguna pero su sueldo existía. Nadie trabaja gratis. Siempre hay algo a cambio.
Toda vez que personajes como Víctor Hugo Morales, relator devenido en periodista kirchnerista todo terreno, trabaja en un medio la frase de Osvaldo aparece clara. Alguien lo paga. Nadie trabaja gratis, siempre hay algo a cambio. Es lo correcto. Suelen omitir el molesto detalle: los costos.
Vivimos en una sociedad de compra venta con leyes de mercado. Aparece excesivamente hipócrita la voz de muchos, desde personas conocidas, como algunos periodistas rosarigasinos cuasi aporteñados, hasta impolutos profesionales con posición filosófico política totalmente definida insistiendo con la libertad de prensa y la censura.
La mas chiquitita de las emisoras, el mas pequeño de los periódicos ocasionales tiene costo de kilovatios hora, tinta, papel, sudor y lágrimas. Las nuevas técnicas de comunicación pondrían a Víctor Hugo Morales, como a cualquiera, en posición de trabajar con un telefonito y desde su casa, a su exclusivo costo y para sus fieles seguidores. Sin pago alguno, puro amor, fe, militancia.
Una emisora comercial legal tiene impuestos, clientes, facturación y, como corresponde, el derecho de contratar a quien quiera, de crecer y de quebrar y, si está fuera de la ley ser castigada.
La libertad de empresa que contrata artistas tiene límites. Lo que quiere la empresa no es semejante, similar, parecido o disimulable y chau.
Dos personajes de la vida periodística del siglo XX aparecen como grandes sombras que no se pueden olvidar. “El viejo Barletta” sacaba el periódico “Propósitos” cuando conseguía dinero para la impresión, sin avisos. A puro costo de amistades, bonos, suscripciones. Una verdad, un pensamiento, una porción del universo de las ideas que el viejo Barletta necesitaba transmitir y aceptaba las infranqueables leyes: el papel cuesta y la impresión también. No pensaba ganar, Pensaba en transmitir su idea por los medios que fuesen posibles.
El otro personaje es José María Muñoz, el primero que dialogó con el espectador que estaba en la tribuna porque la pequeña radio” a transistores” permitía que siguiesen su relato…. los que estaban en la cancha. Cambió el relato. Poco literario, entrecortado y cercano al movimiento. Poco y nada de retraso. Mas vívido. No señor, no fue penal, no fue… Una vez, por puro afán teórico, contamos las veces que en cada partido que narraba sostenía su frase:” peligro de gol” Nunca menos de 16 veces. Nunca. De hecho no había tantos goles por partido pero, cuando editasen el gol , para las ediciones posteriores de los programas deportivos, su grito de gol quedaba estampada junto con su premonición su capacidad para “leer” la jugada antes que sucediese. Con su técnica (de narrador, de relator) de lo que se trataba era de un artificio, de una mentira que ayudaba a su circunstancia: relator infalible.
Después de Marcelo Araujo, creador en televisión de un show tragicómico donde se burlaba, semana tras semana, del partido que relataba mientras “ se veía” en televisión aparece Víctor Hugo Morales, en las radioemisoras.
Morales es un relator que cree entender el lenguaje de los cerebros de los jugadores, las frases que no se dicen y las historias que pasan por sus cabezas antes de patear un tiro libro o atarse los botines. Ese es su secreto: Victor Hugo sabe qué piensan el pateador y el arquero. A veces también un sector de la tribuna. Y los que escuchan su relato aceptan que eso, esa narración, esa mentira, es parte del juego. Su gran secreto es, además de una voz engolada y varonil al estilo tanguero, no quedar lejos de la jugada que, por televisión, se mira con el volumen en cero. El retraso conspira contra esa mentira. Cuando Víctor Hugo supone tantas cosas sobre las sinapsis de los jugadores y la imagen viene en otro tiempo el asunto se le complica. Se le complicaba.
Un traslado de esa deformación, de ese relato, de esa mentira que la pasión dominguera permite, lo llevó a convertirse en vocero de otras sinapsis, de otros pensamientos, de otros tiros libres y otros penales, los de la política argentina.
Nadie, sin pecado concebido, ha creído que es Víctor Hugo el exégeta del kirchnerismo y no hay, entre los disciplinados colegas que piden para que Morales “tenga aire”, quien le ofreza su propio espacio con la sencilla frase de “vení que me voy yo, vos sos el mejor”
No es el caso de Víctor Hugo Morales un caso de censura, ni de ausencia de libertad de prensa. Nada. Si entrase al Hamburgo (bastante venido a menos) el alma de Osvaldo advertiría ante la aparición del maitre: “ojo, yorugua, alguien lo paga… nosotros” . Si se tratase de las elecciones habría que contabilizarle las veces que anunció el “peligro de gol” y la pelota fue a la tribuna. Si se tratase de una pulsión filosófica política el camino es el de “el viejo Barletta”, el periódico “Propósitos” de irregular y enamorada aparición. A su costo.
Engolado, infatuado, claramente churrigueresco, una cuestión inevitable (las leyes de mercado) lo dejan a un costado. Ya aparecerá un mecenas político que crea conveniente que vuelva y pague su costo. No sería la primera vez.
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