Google+ Raúl Acosta: Serenata #AntesQueMeOlvide

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Serenata #AntesQueMeOlvide


Publicado en diario La Capital

“Salieron de serenata / un cantor y un guitarrero / y a medida que cantaban / temblaban los gallineros…” La copla del Chango Rodríguez (justamente homenajeado por Raly Barrienuevo, porque ha sido uno de los creeadores del siglo XX en el folk regional) refiere a la noche, con la picardía de reunir la canción ante un balcón o una ventana y la distracción guitarrera (la canción como ruido) para robar gallinas del sitio de la casa donde duermen, allá, en el fondo del patio.

Teófilo Ibánez y Sandalio Gómez escribieron, al finalizar la década del ’40 un vals: La vieja serenata. Una descripción en sus versos, ayuda al tema: “Por todas la parroquias revive en los balcones/la vieja serenata del del mozo trovador / si parecen que hablaran jazmines y malvones / como pidiendo acaso la vuelta del cantor"La poesía de Sandalio ( pavada de nombrecito) cuenta que es eso: una canción en la noche, al pie de un sitio donde vive alguien a quien se quiere. El diccionario trae lo suyo al definirla. “Composición musical concebida para ser cantada al aire libre y durante la noche, generalmente para agradar o alabar a una persona”. Solo en algunas películas del canal “Volver” pueden oírse serenatas. En viejas series. En evocaciones de muchachos que fuimos camino de ida cuando el poema de Sandalio (ejem) fue furor, estrenado en 1949.

Hay otro uso:…” no me des la serenata…” “ …esa serenata la conozco…” pero aún estas advertencias sobre una justificación inútil, romántica, menor, están lejanas del habla popular.

La serenata no era, cuando existía, una palabra sino una acción. Lo mejor del lenguaje es cuando indica acciones. Serenata era eso. Acción. Juntarse, salir, encontrar a los guitarreros y acompañantes (nunca pasé de acompañante) llegar hasta el balcón o la ventana y cantar una canción de amor, o con amor. Homenaje público a quien se quería con el desparpajo de cantarle en mitad de la noche y ante quien quisiera escuchar. Y si no quería escuchar no había retorno para vecinos desprevenidos y parientes. La serenata era una demostración desfachatada de amor. De entusiasmo amoroso. Compartido. Visible.

Dos posibilidades de final. Salía a agradecer abriendo la ventana, asomándose al balcón (final feliz) o llegaban los insultos del resto de la familia ( infeliz y triste retirada con la guitarra al hombro). El punto incierto, inconcluso es si nadie salía, no se movían los visillos ni se prendían las luces de la casa.

Evocar las serenatas es pensar en un sitio donde se podía caminar en la madrugada y mas, aún mas: cantar a voz en cuello en la calle. Se entiende que el olvido se las lleve a estas costumbres de inocencia y espaldas limpias. Precursor, con su picardía, el chango Rodríguez las volvía utilitarias. Hoy ni eso. Ya no hay gallineros en la ciudad.

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