Publicado en diario La Capital,
Me gusta el jazz porque no lo entiendo y me mueve jugos en mitad del pecho, que sube y baja según la batería y los vientos. Me gusta el jazz con todos los instrumentos.
Poco mas allá de 1955 escuché en un “combinado” del papá de una compañera de estudios (la casa de don Alexenicer)un piano que parecían dos pianos y pregunté. Era Art Tatum. Me explicó el viejo Alexenicer que era ciego, negro y ciego. No podía entender todo lo que oía, no podía descifrarlo. Me quedaba quieto y me dejaba llevar por ese ir y venir de caracolas en las teclas. Estudiaba piano en aquellos años y lo que oía era imposible para un solo pianista pero era cierto. Ni estudiando mil años llegaría hasta el negro.
Leyendo a Boris Vian (“La espuma de los días”, “El arranca corazones”) supe que el escritor que inauguró el realismo fantástico tocaba la trompeta en el Hot Club de París donde estaba un gitano (belga, un flamenco) llamado Django Reinhardt y un violinista llamado Stephan Grappelli y que Quincy Jones, Duke Ellington y muchos, pasada la Segunda Guerra, iban a París, que pese a todo seguía siendo una fiesta.
Admirador del quinteto de Gómez Carrillo los Doble Seis de París, y sus alardes vocales sobre el jazz, abrieron otro agujero en la cabeza.
Empezaron a colarse mas cosas. Mas sonidos. Es, sin embargo, una lectura la que terminó por convertirse en la voladura que me dejó con el pecho al viento para oir a Dizzy, a Coltrane y a todos los que por detrás vinieron.
Ortiz Oderigo escribió (y le publicaron) un libro donde explicaba que la chacarera era un ritmo negro, típicamente africano y que nada de Occidente había logrado quebrar ese espinazo que los barcos esclavistas trajeron a estos pagos. Pagos con diferentes negros, de diferentes sitios, que llegaron con sus santos, su alma y sus ritmos, parecidos pero diferentes. Santiago del Estero. Lima. Montevideo. Rio. Bahía. Nueva Orleans. Caribe. La negritud es un sistema abierto, una endemia eterna.
Un día había visto “Las cinco monedas”, la película con Danny Kaye y Louis Armstrong, como biografía de “Red Nichols y sus cinco peniques”. Esa trompeta. Esa trompeta. Mi dios, esa trompeta. Con Satchmo entendí que hay un lenguaje de los instrumentos y que el negro hablaba todos los idiomas soplando, acomodándose en la embocadura. Algunas cosas no tienen ateos.
El jazz es muy loco. Asistíamos a “Lunes de Jazz” en las peñas folk, vacías ése día, el lunes. Lo organizaba un muchacho que ni tocaba ni cantaba jazz, pero sabía que había cien, doscientos locos que podían un lunes y eso era suficiente. Hubo y habrá diferentes clubes de jazz y cuevas y escondites. Esta ciudad esconde el jazz pero no puede vencerlo. Vuelve y vuelve. Con Gary Vila Ortiz (lástima que ha muerto) manteníamos una discusión eterna. Sostenía (yo) que Nicolo La Roca era italiano. El decía que no, que en el jazz todos son negros y parientes de Lucifer, que por eso son buenos. Conciliábamos en Dave Brubeck y Bill Evans. Honroso empate.
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