Publicado en diario La Capital,
Hay apellidos que pertenecen a la historia menuda, pero compartida. Cabrera y Medici. Repetto, Linskens y Fesquet. Levene. Testut Latarjet. Upa. Pininos. Astolfi. La de Julio Busaniche y la de Ernesto Palacios, dos historias argentinas diferentes. Arana y Rebollo. Los Mondolfo. Henri Rouviere.
Ninguno de los apellidos mencionados (hay otros pero no todos recordamos a todos ni tenemos los mismos recuerdos) ninguno de los mencionados es un apellido sino un libro, varios libros y una enseñanza. Una forma, mediante libros, de transmitir conocimientos.
La pedagogía de Aguayo. María Montessori. Pertenezco a una generación que debía leer “El Emilio” de Rousseau y hablar de Pestalozzi para comentar sobre educación y considerar el manifiesto de la mujer insatisfecha y buscando su destino a la mismísima Madame Bovary.
Mencionar a los autores por su apellido definía libro y estudios. Pertenezco a una generación en la que sólo los libros daban medallas para el debate de ideas.
Bakunin. El manifiesto. Había palabras claves que dejaban dentro o fuera del debate.
Sólo algunos profesores exigían que se leyesen sus apuntes y nada mas. Los considerábamos egoístas y mercantiles. No compartían su conocimiento, vendían por un porcentaje el pase a la materia siguiente. Cerraban el debate. Estudiar eso y nada mas.
Sin embargo en aquella cultura a la que llamaban ”libresca” en una reducción casi, casi peyorativa, estaba el componente máximo de la Era Gutemberg. El libro.
Fui criado, fui adoctrinado en un dogma, en un cuerpo de doctrina. Leyendo se aleja la ignorancia, leyendo libros es difícil que te sometan y esclavicen. En los libros está el boleto a la libertad.
Nos reuníamos a leer. Nos prestábamos los libros mayores. En una noche, sin detenerse, había que leer “100 años” porque a la mañana pasaba la amiga que lo había prestado y se lo llevaba.
Un día aparecieron las fotocopias y estudien el apunte que va de la página 35 (el pajarito) a la 69 (los vicios). Del otro libro fotocopien la nota que va desde la 101 a la 118.
Otro día la computadora trajo siglas rarísimas. Búsquenlo, hay una edición en PDF. Otro día, mas aciago, me regalaron 10.000 libros en un pen drive que el rígido de mi computadora trasladó a su memoria en 9 minutos. El tiempo de cocción un huevo duro como la gente. Nadie, en su sano juicio, puede leer esos libros. Es una biblioteca guardada en algún lugar sin humedad, con virus informáticos, lectura “randomizada” y, además de aleatoria, absolutamente impredecible. Solo los apellidos (el orden alfabético) ordenan ese misterio binario.
Por curiosidad un día busqué: “mala cueta es señor, a nuestros filhos e muller verlos a mourir de fambre” . Estaba. No es una frase cualquiera. Ni un apellido al descuido. Es castellano antiguo, pero el Mio Cid figura como seudónimo de Charlton Heston, casado con Sofía Loren. Un error en los apellidos, sin dudas.
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