Publicado en diario La Capital,
En aquella escuela primaria a la que fui había dos cosas inusuales, que sacaban de la rutina. Una era la clase de manualidades. Allá íbamos los varoncitos hacia una carpintería a pocas cuadras. Las mujeres en el salón del grado, con bastidores para bordar y menudencias que prefería no mirar. La otra cuestión inusual era la clase de Religión o Moral. Así figuraba en la libreta, de modo que era una cosa o la otra.
Estrella Gutiérrez, Adela Montiel, una chica llamada Sara y otro varón llamado Sogorb. Diversos orígenes, pero minga de Catecismo. Salíamos del salón rumbo al salón de música, nunca tan lleno de ecos, los salones de música tienen humedad, un piano desafinado, cortinas sucias y mas humedad, pero uno no los olvida. Allí venía “la señorita” a dictarnos preceptos de moral porque no es necesario aclararlo pero debe hacerse, mi vieja me mandaba a la clase de moral, porque de los curas estamos hartos. La catequista, en el salón, le explicaba el no matarás a los otros chicos. Algunos se preparaban para la “Primera Comunión”.
Mi madre me hacía repetir una frase que atribuía a Clemenceau, pero que repito con dudas y abstenciones: …”solo habrá paz en el mundo cuando, con las tripas del último cura, colguemos al último general”. La frase es explícita. Combatir al canibalismo comiéndose al caníbal. No soy carnívoro, pero a cualquiera le tiembla la pera si en su vida se vuelve a mencionar el tema de curas y generales y aquella infancia tiene lo suyo en definiciones posteriores. Todo hombre es aquello que puede hacer con su pasado.
Carpintería es, sin que haya duda alguna, mi primer fracaso con el mundo y la conclusión que, si bien era súper hombre, porque todos los niños somos inmensos, inmortales e infinitos, el asunto de las manualidades no me era enteramente favorable.
El flaco Aranda hizo un barco, hasta con lija superfina, barniz y el velamen y el negro Míguez tres pequeños cofres finísimos con uno que entraba dentro del otro y así. Yo, con ayuda de Facio, así se llamaba el profesor terminé, pero sin claras proporciones, una tabla de picar carne que estaba chueca, con aristas y hasta el agujero para colgarla no estaba en el medio del semi mango que tenía. Uff.
Llegar hasta la carpintería era caminar cuatro cuadras desde la escuela y encontrarse con la mesa de carpintero, la morsa, la garlopa, el cepillo, serrucho, sierra, la escofina. Nombres que conservo y eso del aserrín nuevecito que solía colarse en el guardapolvo.
Facio, el maestro, no era ni malo ni bueno, pero dejó una enseñanza. Si uno dice la verdad puede tener problemas, pero menores que si miente. Eso creía, eso creo. Acosta, usted para las tareas manuales es un desastre. Trate de estudiar, porque no podrá vivir por sus manos. Já. Parecía el poeta Manrique, que hundía a los ricos y salvaba a “los que viven por su manos”. Mal horóscopo. Pero real.
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