Publicado en diario La Capital,
El diccionario se pone loco con kermesse. Del francés que viene del neerlandés y que es una misa en la iglesia. No es eso. Era una fiesta en mi barrio, en la calle o en el patio de la escuela, para juntar fondos y todos íbamos un rato.
En la kermés ( todos entienden como quiera que se escriba, kermese, kermés, kermesse) había una mesa con tortas frescas. Bizcochuelos y pastafrolas de las madres y las tías. En algunos casos las vendían por porciones y entonces comprábamos. Pastelitos dulces de masa de hojaldre, con la miel embadurnándolos y el corazón de dulce de batata. A un conocido, no un amigo, le decían “pastelito” porque sus orejas se iban para arriba como los cuatro extremos del pastelito.
En la kermese el juego de tres tiros por un peso a la pila de latas vacías… que remplazaba al negro de lo mismo, tres tiros por un peso que me contaron pero que nunca vi. Pelotas de goma espuma para voltear las latas (filas de 5, después cuatro y tres, dos y un tarro coronando la pirámide) parecía una tontería, pero siempre quedaba un tarrito. El secreto estaba en separar los de abajo y rogar que quedasen firmes ante el tiroteo.
La música de tarantelas, valses, tangos conocidos y canciones románticas, pero no excesivamente lentas, llegaban desde dos parlantes cercanos a la mesa de transmisión y lugar donde encontrábamos a la comisión directiva del club, la cooperadora de la escuela o la subcomisión de damas que organizaban eso: la kermese.
En la kermese panchos y sandwuiches fríos. Gaseosas. Luces de colores. Paseos. Mirar a las muchachas. La rueda de la fortuna y las botellas esperando las cinco argollas sobre siete para retirar la muñeca o la botella de vino bueno, espumante, de botella panzona, que el entrenador de la primera ya ganó dos veces y las dos veces lo devolvió para que vuelvan a entregarlo como premio.
El barril de las sorpresas tenía hilos hacia fuera y, por una moneda, uno tiraba del hilo y “pescaba” monederos, mini frascos de perfume, vinchas de plásticos y pinzas para el pelo. Un llavero.
El sábado a la tardecita juego de loterías de cartones, ahora conocido como bingo. Ahí aprendí que cosa era / fue / es la discriminación positiva. Mi prima María del Huerto, “la Chela”, no era la mas linda ni la mas fea ni nada. Era la que mejor cantaba los números que sacaba de la bolsita. Tiene linda voz esa chica, no se apura. Que venga “la Chela”.
Hay un segundo, yo lo observaba desde abajo del escenario, un instante en que la atención de todos los presentes estaba entre el dedo índice y pulgar de la mano derecha de la Chela, cuando miraba el número de la maderita redonda del juego de loterías. Todos pendientes de su palabra. No hay envidia sana. La envidiaba. Aún lo recuerdo, pero ya es tarde. Apagaron las luces. Se fueron las kermeses.
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