Publicado en diario La Capital,
Carnavales eran los de antes. Todo lo de antes fue mejor. El asunto de la nostalgia envuelve cualquier tema. Excepto que se mencione el porvenir, el pasado es refugio de la nostalgia, de lo vivido y que se crea, se recrea y se deforma y resignifica en cada oportunidad que se lo vuelve a mencionar.
Es todo un capítulo, en las ciencias de la neurona, sostener que los recuerdos son selectivos y se acumulan, mezclan, seleccionan solos y que, además, son parte de procesos demasiado finos para nosotros y que, por tanto, la computadora de la cabeza, con sus sistemas de algoritmos, potenciales evocados, sinapsis, potenciales espigas e interconexiones y el viaje al Tálamo y/o a la corteza, terminan resolviendo casi sin avisarnos. Como el centro termorregulador del hipotálamo, que decide si tenemos frío o calor y sudamos o conservamos el agua. En fin. Toda una vida para descubrir que el cerebro manda sin darnos mucha participación. El cerebro desconfía y vive en nosotros resignándose al cansancio y el dolor de panza.
Pero el tema son los carnavales, que se recuerdan con calor, siempre hacia calor y se jugaba a baldazos (baldes llenos de agua) en las calles y desde los balcones.
Se jugaba con globos de látex llenos con el agua de la canilla del patio o (la variante mas conocida) la canilla de la pileta de lavar la ropa.
Arrojar el agua al sexo opuesto, a los desprevenidos y desde lo alto, tienen un remedo de invasiones inglesas y de poder indiscriminado. En cierto modo una agresión o, si vamos a los bifes, una agresión que a veces disgustaba. Sadismo disimulado por el dios Momo.
Integrado en el circuito de los con poco y nada de plata en el bolsillo el disfraz era de indio. Torso desnudo, corcho quemado para fabricar un negro con el hollín y viejos lápices labiales de madres, hermanas, tías y primas para dibujar caprichosos arabescos. Una vincha con plumas y un arco y flecha solo lujurias de algún viaje. No siempre.
A la siesta el juego con agua y, ya en el atardecer, las murgas barriales pidiendo contribuciones a los vecinos sentados cómodamente, con sillas y sillones hamaca, en la vereda.
A la noche los bailes, desde el club modesto a los grandes clubes con varias pistas y números nacionales e internacionales
Los bailes empezaban cuando estaba terminando el corso. Los corsos. Imposible sin permiso municipal. A veces organizado por las municipalidades. Lamparitas, palcos en las calles destinadas al desfile de las comparsas y carretones (las carrozas) y todos nosotros, los del pecho tiznado, como las niñas disfrazadas de damas antiguas, con antifaces o máscaras, paseando la infinita fantasía popular y dando origen a una de las frases mas oportunas para estos pagos argentinos, de un viejo letrista de tangos: Francisco García Jiménez: “en el corso de la vida todo el año es carnaval…” Sol. Do.
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