Publicado en diario El Litoral, 04 de septiembre de 2016
Este es un cuento, un simple cuento.
Nada de cuanto se dice sucede fuera del papel. Nada. El avión va sobre los 10
mil metros de altura y de repente se oyen los primeros crujidos porque se está
acomodando el tren de aterrizaje. En algún momento lo van a acomodar
definitivamente y darle la luz para bajarlo y el avión comenzará a descender.
Hará las maniobras de aproximación al aeropuerto. Es en ese instante que los
pasajeros venezolanos se levantan, como impulsados por un toque de
electricidad, e iran hacia el baño. Harán cola y dirán “yo llegue primero”,
“déjame a mi”… hay peleas en las puertas de los baños del avión que ya
está por tomar zona de aterrizaje, cuando deben ajustarse los cinturones. El
oído presto y la ansiedad extrema. Es en esos cinco minutos, previos al tren de
aterrizaje desentumeciéndose, cuando insisten por los parlantes que hay que
ajustarse los cinturones. Es en ese instante, que ya tienen determinado, con el
oído aguzado, que se acercan a las puertas de los servicios.
Los que entran al baño en su cartera
o mini portafolio cargan el papel higiénico, cargan las toallas, cargan el
jabón líquido, cargan el jabón de mano, se llevan todo. Con desesperación los
pasajeros venezolanos, antes de bajar en Venezuela, roban servilletas de papel,
roban papel higiénico, roban jabón liquido y del otro. Han llegado a robar los
papeles que se ponen sobre la tabla para que cada uno ponga nada mas que sus
nalgas en ese inodoro de metal. Se roban todo, de hecho que se roban los
auriculares, que piden biromes, que piden las mantas de viaje, que hay que
cuidar y que ya no las ponen en los asientos, ya no las ponen.
Cuando bajan los están esperando a
los pasajeros. “¿Trajiste shampoo? ¿Trajiste bolsitas de azúcar?” y de hecho
hay una guardia desesperada, en puntas de pie por la ansiedad. Son los que
tienen algún modo de entrar, de estar cerca de ésa puerta infinita que tiene el
aeropuerto, cualquier aeropuerto. Saben que va a venir el avión, es un aire
diferente. De fuera llegan cosas que había, que ya no están, que no hay dinero
que las compre simplemente porque no están. Las autoridades también lo saben;
hay una guardia muy especializada y muy bien paga para que no se roben el
cattering que hay que cargar para el avión de vuelta. El retorno es mas
dificultoso. Tres días cuidando lo que no debe desaparecer, no puede faltar.
Esperar el retorno desde Venezuela es mirar por la ventana un mundo que se cae
lágrima a lágrima, con el rostro contraído de los que dicen yo no fui, porque,
porque…
El aeropuerto es una isla de luz en
una ciudad que se nubla. Esto, el aeropuerto, es el sitio donde llegan los que
tienen algún grado de conocimiento, de intelectualidad, no llegan los más
pobres, ni los más desahuciados de Caracas a la zona del aeropuerto, llegan los
que tienen algún contacto; no es sencillo llegar al aeropuerto, no es sencillo
pasar los controles. Nada es sencillo si la sospecha es la fuga.
Los empleados de mostrador, con sus
amistades de argentina repiten la misma rutina: “¿Me trajiste harina?” y
son felices con dos kilos de harina, con un paquete con azúcar. Ni hablar
de aquellos que, por compasión, llevan una botella con aceite para aquella
familia amiga.
Cuando hablan de Venezuela y hablan
del populismo Venezolano están hablando de ese nivel de igualdad, un nivel de
igualdad de la miseria. Los que habitan en el hotel donde paran los
extranjeros, que llegan en sus vuelos a Caracas, pueden contar esto mismo que
estoy contando. No hay azúcar para el café en la mesa del hotel donde paran los
extranjeros. Hay que llamar al mozo, pedirla y trae una bolsita y
mira que uno la ponga en el café y a veces le dice “Después de las 10 no hay
más” y les avisan: “si ustedes van a salir, los acompañamos” Algunos salen
porque la comida, en un restaurante cercano a ese hotel, cuesta
12/15 dólares, no cuesta mas que en cualquier otra capital. Solo que, cuando
uno cambia por peso venezolano, es una montaña de plata que no sirve para nada,
una montaña de papeles que suma 15 dólares para una comida. El mozo le dice,
cuando se la trae, “avíseme señor si no va a comer todo” porque el mozo también
tiene que llevar algunas sobras a su casa. Si. Las sobras.
Cuando hablan de Venezuela y hablan
del populismo venezolano, de eso es de lo que están hablando.
Igualaron para abajo, vivir tres días
en Venezuela es vivir en un país que igualó para abajo. Tres días es una vida y
alcanzan y sobran para entender la desesperanza. Afortunadamente esto es
fantasía, un cuento trasnochado.
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