Publicado en diario La Capital, 14 septiembre de 2016
Los argentinos solemos estar distraídos.
Desatentos. Se indica que quien está desatento de algunas cosas es porque está
atento a otras.
Hace algunos años, no muchos, una destacada
personalidad argentina, Susana Giménez, se enojó “al aire”, en su programa de
televisión, por una agresión a una persona de su amistad, de su afecto. Lamentó
el ataque y, muy enojada, pidió una resolución rápida de ése crimen.
Por cierto que, a estar de las informaciones
policiales y periodísticas se trataba, efectivamente, de un ataque criminal.
Una suerte de venganza, eso pedía la
estrella, soliviantada en sus afectos. Fueron muchos los que se alzaron en su
contra con la simpleza de un argumento: recurrir a los códigos, las leyes y la
sujeción a ellos. Una devolución rápida, mal por mal, ojo por ojo, no resultaba
conveniente. Aún hoy no lo resulta. No es lo mas acertado, es mas, resulta
totalmente desacertado.
Un caso reciente, de una víctima joven que persigue
con su vehículo al delincuente que lo asaltó, lo choca, lo arrincona contra un
árbol y luego lo aplasta es, en los hechos, un crecimiento de aquella intención
de Susana.
Debemos, después del acontecimiento y esa conmoción
social en la que derivó, estar atentos a la reacción popular. El pueblo cercano
al joven homicida salió a la calle justificando su accionar, apoyándolo.
Hay, en toda la refriega, una proyección muy grande
del inconsciente colectivo. No a la justicia, si a la venganza.
Debemos preguntarnos si estamos distraídos. Es
evidente que Susana se encontraba atenta a sus asuntos y un crimen de alguien
querido, una desgracia sin arreglo posible, la soliviantó. Cayó en la cuenta:
en la sociedad suceden cosas, en su seno, de las que nada sabía o de las que,
al menos, creía liberados a sus afectos. Pues bien: no, no es así. Le pasa a
cualquiera, en algún lugar y en determinado momento; todas circunstancias
ajenas a cualquier previsión.
No necesitamos buscar muchas definiciones de
la inseguridad cuando estamos atentos a cualquier movimiento extraño para
asustarnos y todo desconocido es un posible asesino.
La jurisprudencia, todos los pactos, al menos de
Rousseau hacia el presente en nuestro mundo, estos es, en occidente, indican
que el recurso es la justicia y que la venganza nos lleva a la muerte como
sociedad.
Cada asesino, de la categoría que se quiera
indicar, debe ser juzgado por leyes comunes, previamente aprobadas por todos. Y
toda pena así resuelta debe ser cumplida.
La única forma de escapar del Estado de Terror es
aceptar las leyes y no transgredirlas buscando venganza o empate.
No hay otro modo de juzgar los delitos, aún los de
lesa humanidad, que bajo un estado de derecho, con justa defensa del criminal
así sea evidente su culpa.
Cuando a un homicida se le toma afecto, al punto de
entender que debe estar con su familia hasta que se lo condene, porque no tiene
intenciones de fugarse, estamos saltando varias leyes, usos, costumbres,
también destinos y ocupaciones.
Hay tribunales naturales para estas cuestiones y no
es una estrella del espectáculo quien debe resolver un caso de asesinato, así
lo suyo sea simplemente un anhelo porque el mensaje que trasciende es,
justamente, ese anhelo. No es un presidente quien debe indicar de qué
modo y en qué lugar esperará la sentencia un homicida, por mas que los
“focus group” indiquen que se le perdona todo porque la inseguridad trastorna y
cambia el sentido de las cosas.
Los
argentinos tenemos líos con los anhelos, la vehemencia y las distracciones que nos
impiden discernir sobre el bien y el mal, sobre la culpa y el perdón. Nuestros
delegados en el poder no pueden tener las mismas distracciones. El gobierno es
nuestro delegado en el poder.
No estábamos mal de plata. Argentina, mas allá de
los informes de los economistas, al 10 de diciembre de 2015 no estaba mal de
plata. La plata corriente, la que vemos en el supermercado. En el bolsillo de
los argentinos había dinero. Es contrafactismo indicar que íbamos a Venezuela o
peor, al “biafrismo” sudamericano. No es posible probarlo. Hasta puede ser
verdad que nos íbamos a fundir irremediablemente, pero que había un santo
remedio. Nada de eso es sustancia.
La sustancia es mas clara e inobjetable. Estábamos
mal de gestos claros, confianza y humildad. Estábamos con miedo a la muerte en
cualquier parte. Sospechábamos que nuestros gobernantes eran ladrones y
corruptos, teníamos una íntima convicción de su culpa pero no nos movió a
cambiar de gobierno el dinero mal habido y los hijos ricos con dineros robados.
Votamos un cambio en los modos, elegimos mayoritariamente un poco de paz. Un
“cacho” de humildad. Queríamos que terminara eso que no cesa, el miedo a morir
en cualquier parte el día menos pensado.
En Lomas de Zamora 17 muertos por cada 100.000
habitantes, en Rosario, provincia de Santa Fe 12, en el país 6,6. Ese es el
tema.
Detrás de los muertos los heridos, los mutilados,
las agresiones, los arrebatos.
Después, o mejor dicho antes, durante y después la
droga y su doble carga, la corrupción económica y las neuronas deshilachadas.
El país que se desarma.
Todo ciudadano citado por un juez debe ir a
declarar con o sin pañuelo, con o sin inmunidad parlamentaria. Todo homicida
debe ser juzgado pronto e imparcialmente. Todos los dineros deben justificarse,
no hay ninguna droga buena ni corrupto simpático.
Tengo el derecho a pensar que eso es lo que se votó
para el mandato que comenzó el 10 de diciembre de 2015. Y aclarar un punto: no
votamos a Susana. Tampoco a las asambleas populares que salvan a los homicidas
porque la justicia es lenta y mala.
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