Publicado en diario La Capital, 8 de junio de 2016
La muerte de Cassius Marcellus Clay
actualiza viejos desencuentros, pasadas discusiones. Lo vimos siempre por tevé.
El boxeo por televisión es menos cruel. También las muertes. Recordemos que Ted
Turner” compró” una guerra y la difundió por televisión al mundo entero. La
vimos por TNT. El que pagaba royalties la veía. Todo legal.
Las cosas han cambiado o, si se quiere, se
han ido sumando para convertirse en esta realidad, tan virtual, tan sensación
de inseguridad.
“Todo buen campeón ha de tener un gran ego,
y, debido a que intenta derrotar a un hombre que no conoce demasiado, ha de ser
insensible -lo cual es la base del ego-”.
“Alí formaba un caudal que superaba todas
las peñas que representaban un obstáculo, era un ego que fluía como un río de
constante energía, alimentado por cientos de ríos tributarios”.
Cassius Clay, por decisión personal
Muhamad Alí, planteó su negativa a Vietnam y Norman Mailer escribió ese genial
opúsculo: "Rey del ring" donde insiste: "...Sabía que era el
mejor del mundo porque estaba convencido, los demás le creían"...
¿Qué precio tiene el convencimiento para
transmitir tal convicción? Para Norman Mailer no hay tiempo para discutir, solo
una marcación ortográfica, apenas una “coma”. Dice: “Estaba convencido, los
demás le creían...”
Mailer enfrenta a sus personajes con
el destino. Toda biografía es eso.
Cuando observamos los discursos del señor
presidente el eje es el mismo. Verbos de segunda declinación. Querer y poder.
También el enfrentamiento. Y el Ego, claro está.
El boxeador quiso y pudo pelear. Se negó a
participar en una guerra que, como todas, es loca y asesina. Aquella la mentían
por una televisión censurada.
Contra Vietnam, frente al manejo salvaje
de aquella sociedad, el magnífico Ali fue una mariposa que fabricó vendavales
destapando negociados y, también, "una hoja en la tormenta" de los
turbios '70. Fue desafío y contradicción. Le decía “Tio Tom” a Frazier, pero no
estaba lejos.
Alabama, Malcom X,
Luther King, Angela Davis. Black Panter. Alí integra una secuencia.
Hay un cierto punto, un momento en el que,
aún siendo el más grande, un sujeto no puede escaparse de su tiempo. Esas dos
coordenadas del mundo posible, tiempo y espacio, acomodan mariposas y
boxeadores, predestinando encuentros y desamores.
¿Cuándo llega Mauricio Macri a Boca,
cuándo a la ciudad porteña de su único querer, cuándo al país...? ¿Cuando?
En los comienzos de Mauricio el jesuita
Bergoglio iba a las villas y charlaba con el gordo Álvarez y otros guardianes
de hierro como “Julito” Bárbaro. El mismo cura que los K ningunearon.
Su papá, Franco y, tal vez, sus
actuaciones gerenciales, lo entrampaban con Menem y el país dólarizado. La
historia no admite repollos ni generaciones espontáneas. El es un ingeniero, un
Ceo del ’90, un presidente bostero victorioso y un intendente iluminado contra
la monarquía populista que le subsidiaba los bondis, le pagaba la policía y el
Obelisco.
Néstor y su mujer juntaban dinero y
ensayaban, en Santa Cruz, una maquinaria de poder y corrupción que sería la
llave para que lo votasen (a Macri) 30 años después. Contra esa corrupción
estructural, que ahoga al país, Mauricio recibió el mandato.
La soja era, realmente, el yuyito que CFK
nunca entendió. La frontera agropecuaria fue violentada, violada, derruida. La
CEPAL, mientras tanto, no lograba explicar el 2001 y China pagando a precio de
oro la soja para alimentar a los chanchos. CFK tampoco entendió el final, en el
2010, del boom de los commodities.
No existía Messi y Fidel Castro era un
orador de la revolución tardía. Se vendían las camisetas del Che
Guevara, “made in Taiwan”. Che, qué cosa el mundo.
En algún momento Carrió reformula sus
amores, sus odios y sus insatisfacciones por la inteligencia interrupta que la
impulsa. Comienzan ella y otros, como Lanata, a viajar para traer información
cruda desde los centros mundiales del poder.
En un instante muy especial el radicalismo
implosiona con el inepto gobierno de De la Rúa y el peronismo retorna como
Bordolino.
Es el mismo radicalismo de Morales, Sanz,
Aguad, “coti” Nosiglia y Gualeguaychú
Kostecki, Santillán y las tapas de Clarín
voltean a Duhalde. Él mismo Duhalde que perfeccionó el Frankestein argentino:
provincia de Buenos Aires.
En algún momento el competidor de
Kuligovsky se asocia con Romay y su hijo se convierte en una cría más del
menemismo. Daniel Scioli, el auténtico personaje de Jerzy Kosinski.
En otro momento la droga debe emigrar y/o
ampliar territorio tomado y Argentina es utilísima para el blanqueo y la
tranquilidad. Aquí el crecimiento inmobiliario ennoblece a la coca y la
efedrina.
Un día, una vez, el alcohol más el tabaco
y la medicina descuidada, revientan la carótida de Néstor y ponen las cosas de
un modo irreversible. El destino se acomoda.
Macri debe dar su pelea, el mandatp es de
pelea. Un ingeniero no es un abogado, ni un negrito de Harlem (en rigor
Louisville, Kentucky). Aún no se sabe si está convencido y por lo tanto
convencerá. No tiene escritor de cabecera, los aprendices de Mailer se fueron
con sus desnudos y sus muertos a las bóvedas del Calafate.
El voto, esa exageración de las
matemáticas (como dice J.L.B.) lo ha puesto al frente. La confrontación es
clásica. Contra el pasado y el porvenir.
Estamos embarcados. No es el Argo, tampoco
el barco de Ulises o el Titánic. Ni mitología, leyenda o tragedia moderna. No
hay otra forma de averiguar el mañana que la espera.
No es el segundo semestre de 2016 el centro de la
historia. Somos nosotros. Y no es Cassius Marcellus Clay, es Mauricio. Y el
destino
No hay comentarios. :
Publicar un comentario