La Capital, Edición Impresa, 23 de marzo de 2016.
Procesos. Un eventual fracaso de Lula sería un golpe muy severo para el progresismo. De acuerdo a cómo se pare Macri frente a la crisis de Brasil se sabrá de qué manera piensa resolver los mayores problemas de la Argentina.
El “caso Lula” trajo a la superficie el problema final de América Latina. Los populismos como deformación social, hasta ahora inevitable, de los gobiernos de centro izquierda. Eso se juega. El fracaso del progresismo.
Chávez, como todos sus sucesores, militares o burócratas, subiendo al poder para siempre. Hay ejemplos menos ridículos que Maduro y su pajarito en el hombro. Dos casos son diferentes. Un original americano, Evo Morales y un obrero metalúrgico: Lula. El posible fracaso de Lula es el mas ruinoso.
La situación acorrala a los populismos libertarios, monárquicos o, simplemente, revanchistas. Mata al progresismo. En todos los casos el juicio es por corrupción. Descarada, como en Argentina, o más solapada. El corral remite a Adhemar Do Barros y su slogan de campaña sobre 1960: “Roba mais faz”. Roba pero hace. Ganó sus elecciones estaduales.
Definir el robo es resolver el manejo del Estado. Castigar o Justificar. Las huestes del kirchnerismo buscan en Laclau, como en la Teología de la Liberación, la fuerza para sostener que todos los gobiernos populistas, enfrentados con las leyes existentes, optaron por el beneficio del pueblo, contrariando códigos, constituciones y, aún, las más elementales reglas y pactos para vivir en sociedad. La Teología de la Liberación es un intento de interpretar las Escrituras a través de la crisis económica de los pobres. Comenzó en América del Sur en la turbulenta década de 1950.
No hay freno en esta justificación. El argumento es que esas acciones ilegales no son corrupción, que el concepto de corrupción deviene de construcciones de fe (religiones) que no se pueden aplicar en sociedades con necesidades extremas. La corrupción, finalmente, es pecado, sostienen, para una sociedad edificada sobre la doble moral. Las religiones son un arcaísmo y las leyes que la sociedad tomó de ellas otro tanto. Es lícito quebrantar leyes construidas sobre la teoría del pecado y la culpa, esgrimidas para que no se resuelvan las injusticias, se constituye, hoy, en su peligroso argumento final.
El desarrollo de la tesis de los populismos enfrenta una pregunta básica: qué sociedad es la que queremos y para cual trabajamos. Si el voto define y si las leyes y los códigos (y la Constitución) tienen alguna validez. No es posible rehuir definiciones. El populismo, la opción por los pobres y la falsa disyuntiva: cumplir las leyes o ayudar al hambriento está en la base más dura de la defensa de la corrupción y/o el pecado.
Resulta visible que el populismo no acepta la democracia y el rol del Estado (y sus administradores) del modo que conocíamos. Estamos ante una apuesta por otra sociedad. “…las luchas sociales contemporáneas son pensables en su especificidad, a la vez que nos permite bosquejar una nueva política para la izquierda, fundada en el proyecto de una radicalización de la democracia”… (Ernesto Laclau).
Mauricio Macri, según se mire, tiene un mandato contra la corrupción o, según miran los K, un mandato para destruir una sociedad diferente que ellos estaban construyendo, donde no existía el pecado sino las necesidades básicas insatisfechas. Cuando decían “desarrollo sostenido con inclusión social” en rigor sostenían: no robamos ni somos corruptos, redistribuimos según otro patrón social. Otra sociedad. Interpretamos al pueblo. Así defienden a Lula. A todos los populismos americanos, a Cuba, a Néstor. Al Calafate y Hotesur. A la distancia es fácil advertir que Anguita, Gorriarán Merlo, Abal Medina, Vaca Narvaja, Firmenich y otros fueron/son parte integral del proyecto.
¿Porque se alzan contra la corrupción y el pecado negándolo? La definición de pecado más clara que encontramos en la Biblia está en 1 Juan 3:4: “El pecado es infracción de la ley”. En otras palabras, pecar es incumplir la ley. Otro pasaje que aclara el significado de este concepto es Salmos 32:1, donde leemos: “Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de inequidad, y en cuyo espíritu no hay engaño”.
El mandato es no pecar. Corrupción: según los dichos de Transparencia Internacional (TI) es “el mal uso del poder encomendado para obtener beneficios privados”. Esto incluye no solamente una ganancia financiera sino también ventajas no financieras.
La Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción, el primer instrumento jurídico global para el combate de la corrupción, en vigor desde diciembre de 2005, opta por un enfoque descriptivo. Este enfoque incluye: soborno de funcionarios públicos nacionales. Soborno de funcionarios públicos extranjeros y de funcionarios de organizaciones internacionales públicas. Malversación o peculado, apropiación indebida u otras formas de desviación de bienes por un funcionario público. Tráfico de influencias. Abuso de funciones. Enriquecimiento ilícito. Soborno en el sector privado. Malversación o peculado de bienes en el sector privado. Blanqueo del producto de los delitos de corrupción.
La defensa irrestricta de Lula tiende a la defensa del progresismo como la forma más socialista de la democracia. El ataque final a lo mismo: matar al progresismo.
Según se pare Mauricio Macri sobre el caso Lula se sabrá cómo piensa resolver la corrupción y el pecado, su verdadero mandato. El primero. El segundo la inflación. El tercero la droga. En rigor, tres mandatos y un sólo problema verdadero.
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