Raúl Emilio Acosta
No hay envidia sana. Es un pecado capital. Envidio a muchos panelistas del programa televisivo “Intratables”. Escribí a su productor (José) con argumentos irrebatibles. Sería el primer periodista del interior invitado y, vía cables, el programa matrizado en Buenos Aires, llega a sitios de los que tengo alto grado de conocimiento. Llevo tantos años de oficio que han llegado a fastidiarse, con mis opiniones, muchos actores sociales. Algunos de los conductores estrella pueden perder la compostura si me ven en ése: su circuito. No hubo respuesta. Mi ego es alto. Lo están cacheteando. En fin...
El programa “Intratables” fue el claro ganador entre dos ofertas. Informes de 5’ y opiniones igualitarias de 30’’(el extremo al que llegó el programa “6, 7, 8”) contra informes de 40’’ y opiniones encontradas por 5’. Ambos en canales de aire. Era el 2015.
Clásico programa de panelistas con roles determinados y bien jugados. Se han explotado al extremo algunos arquetipos. El bueno y el malo. La víctima y el victimario. El fanático y el contra. La supervivencia de Liliana Franco y Débora Plager es un homenaje al grado de racionalidad e inteligencia. Mujeres que piensan. Se las respeta. Un acierto. Otro: abrir y cerrar micrófonos. Se habla cuando producción quiere. El director/productor en vivo es el eje.
Tal vez el punto más importante de sus inventores sea haber visto (¿hace años..., casualidad...?) que la voracidad de la pantalla se complementa con la velocidad de la información y que esta liviandad de conciencia se define con los títulos. Debatir “titulando” a los gritos y en tiempos (de cronómetro) propios del tuit, redefine y consagra a un oyente/observador que ¿es evidente? no precisa más que eso y que, a poco de que se investigue, consagrará un “nuevo televidente tipo”.
Ubiquemos el entorno. En ese canal abierto hay un programa con panelistas a la mañana, otro a la tarde, otro al fin de la siesta, otro en horario central y, finalmente, otro sobre la medianoche. Difieren los nombres y finas cuestiones (programas de la mañana más livianos, de la tarde para el corazón, de la noche para el alma tuitera del país y de cierre con frases más transgresoras) pero no se traiciona un formato. En vivo y debatiendo. Es una apuesta empresarial.
“Intratables” perdería si se lo guardase en una lata. No es un defecto. Definamos: es una fenomenal caricatura de la realidad, sin posibilidad de archivo o reflexión. Deberíamos preguntarnos si no somos eso. Un insulto, un griterío, una definición en 140 caracteres y la mejor descripción / diaria / de la Babel borgiana. Exageración consagrada: todos pueden recibir mensajes telefónicos y consultar la tablet en vivo... Ayudantías, delaciones, autoarchivos. Todo. La vida misma. Sí. Somos eso.
“Me llamo Augusto Bonardo y este es mi programa” (La Gente). Ése era un país. “Soy el Abogado del diablo”; decía Raúl Urtizberea y era otro país. “Este es un Tiempo Nuevo” afirmaba Bernardo Neustad y hasta creó un personaje: Doña Rosa. Otro, muy otro aquel país. De todos ellos venimos. No dejemos fuera: “La noticia rebelde”, sus antecedentes y secuelas. Tampoco “El pueblo quiere saber” y un extremo disipado: “A la cama con Moria”.
Hay otro punto a observar. Mensaje. Durante la monarquía atenuada y/o el populismo monárquico, la división amigo/enemigo regulaba los mensajes. “Intratables” no podía sustraerse. Definió uno, acaso dos defensores de los K en los paneles, para el resto libertad de adjetivación. El programa no podía ser K. Era así. Hoy no puede ser MM. Es así pero, caramba... un programa de debate libre, en vivo, tiene esos riesgos. Ser o no ser. Peligro de ausencia y/o subsistencia. Hoy “Intratables”, en marzo de 2016, define el extravío que cierto oficialismo tiene sobre las cuestiones fundamentales. La sociedad adhiere (el rating, el rating) y acompaña la indefinición. No hay relato, el mensaje es la dispersión. Por ahora.
Un formato sin utilería y/o hipocresía. Aparenta el futuro. Los actores políticos aceptan el estilo. Quiero estar allí. La generación “Intratables” es claramente indefinida y eso somos, como se/nos definiera Saúl Eldóver Ubaldini: “Ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario”. Eso demuestra todas las noches. Argentina al mango: “all inclusive”.
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