Por Raúl Bigote Acosta
Nota de opinión publicada en diario La Capital el día lunes 12 de octubre
Llegue a Rosario en 1959/60. Algunas cosas estaban resueltas. El tango. El folk. La vieja. La camiseta (Colón de Santa Fe). Hay cosas inalterables. En aquella ciudad era fácil en la década del ‘50. Colón o Unión y nada más. Una ciudad con los alumnos del secundario jesuita desfilando con fusiles máuser al hombro. Los del Liceo Militar también. Fusil, digo. En los dos lugares enseñaban para la violencia. Mucho abogado. Mucho leguleyo administrativista. La burocracia colonial persiste. Si la provincia va mal ese sueldo salva. Si la provincia va bien la capital provincial se queda quieta y atrasa. Péndulo que no se ha roto. Lo entiendo .
No me extrañó Ñul y Central. Sí que Central Córdoba tuviese barrio y pergaminos. Ni la vieja ni la camiseta se venden, alteran o entregan. Cuando por un D.N.U. de Evita que Cereijo acató subimos a primera, en realidad a la B, mi vida estaba decidida. Entendería de fútbol de un solo modo. De este lado los buenos. Respeto sí, el afecto nunca para el otro.
Fácil. El cariño por Central Córdoba no es traición. Entender Central versus Ñul es sencillo. Clarito para quien tiene el amor en otro puerto, mirarlo de fuera es mejor. En aquellos años a la popular de Ñul, lo he visto con estos ojos muchas veces, los ñulistas iban de mocasines, pantalón gris y saco azul. Nunca vi esa vestimenta en la tribuna popular de Central. Otro si digo. Con ése D.N.U. nos vino la marcha partidaria. ¡Colón, Colón ... qué grande sos...!
Mi primer peso, literal, me lo pagaron en "Audición Deportiva" con Raúl Usinker y Pedro Acchiardi. LT9 Con un peso el colectivo de 10 centavos ida y 10 de vuelta y la información en un papel que los otros leían. Buena letra "acostita". Nunca, sinceramente nunca hubiese anotado nombres como Portaluppi y Apicciafuoco. Aun no sé si los escribo bien a tantos años. Sé que fueron jugadores de Central y la memoria los evoca como integrantes de unas inferiores fenomenales. Llena la plantilla de apellidos de la calle. Criado en una ciudad donde la heráldica es importante, y los muchos años en tierra americana una medalla de pase libre, esos apellidos eran resonantes. Identificables.
Un buen día, una vez, alguien en Italia se vio tan mal, tan perseguido que decidió seguir el destino en un barco. Los de Palermo se llamarían Palermo. Los de Ischia lo mismo. Dos identificaciones positivas. Tanos y sicilianos. Cuando llegaron la tierra estaba fría y los aljibes con dueños. Dura vida, pero una vida. Nunca supieron que fundaban una patria porque la patria, la raíz, estaba lejos y ésta, la de los Portaluppi y los Apicciafuoco era una tierra de almanaque que debía ganarse día por día. Patria seguro que no.
En Rosario los cenáculos políticos pensaban que, tras Frondizi y su argumento basal, "es con el peronismo y no contra el peronismo", la historia podía cambiar y la industrialización daría valor agregado. Ni comunistas ni demoprogresistas ni radicales envidiosos entendieron. Otra vez los cuarteles a la calle y aquella propuesta, de sumar al peronismo, terminó consolidando la leyenda de la resistencia. En 1960 todo pudo ser y nada apareció. Falló la magia. La razón perdió eso, su argumento. Cuando hoy escucho a dirigentes/dirigentas hablar del valor agregado me río en nombre de Mariano Moreno, pero también del desarrollismo. El peronismo ―que es tan alacrán como puede― picó ese lomo y el tren de la historia se llevó a los '60. También el porvenir. Aquello era posible y el peronismo estaba dentro. Chau, no va más. Y no fue más. Retrocedimos desde entonces, retrocedimos. Lo que expresa hoy la Carrió es esa división en estado de máxima pureza.
Con la inmigración del siglo IXX y las tres oleadas del siglo XX (la última sobre 1935/ 45/50) apareció una estructura social de Argentina a la que aborda el peronismo. Hay un país de los que estaban mal y otro de los que llegaron sin nada. Es con ellos que Perón entra en la historia del siglo XX. Con los inquilinatos, las leyes laborales incumplidas y con el abono de anarquistas, socialistas libertarios, analfabetos del castellano pero no del sudor, que necesitaban una representación sencilla. Elemental. Con comunistas prácticos y no onanistas o peor, claramente pro-oligarcas. Con socialistas integrados al tren de la historia y no de la nostalgia. Con propuestas no relatos. Con radicales dispuestos al sentido práctico. Alicia Moreau, Vittorio Codovilla, Mendez Sanmartin Luciano Molina, Alfredo Palacios, UCR del Pueblo: afuera.
¿Qué precisaba una sociedad en estado de ebullición y sin pasado? Saber dónde estaban parados y dónde estaban los buenos. Como en el fútbol. Los buenos eran los que le hacían un lugar al de al lado para subir al tren. Los buenos son los nuestros. ¿Qué otra cosa que entender el cornetín fallido de su padre lleva a Enrique Santos Discépolo a la adhesión infinita que lo mata de tristeza...? Eso era bueno, Mordisquito, pero eso era un régimen. Y... sí mordisquito. Sí. El peronismo ordenó las cosas del único modo que podía un militar. Militarmente. Piramidal. Un solo jefe. Nada ha cambiado. Régimen.
Cuando se revisa el CV de la totalidad de los diputados nacionales que asumen en el '46 se puede llegar a otra explicación de la frase-dilema que nos guía. Había analfabetos funcionales y obreros junto a indisimulados laburantes de la nada, burócratas del '30 y del '40. Cuando preguntan "qué cosa es el peronismo" ellos son su identidad manuscrita, pulgar derecho, casi de cincel, esos inmigrantes. Los diputados analfabetos., o poco menos, que acompañaron a Perón junto con empresarios fenomenales, como el gallego Miranda. Ellos son los que ayudaron a los míos, los cabecitas negras, como decía Evita. Ayudaron a no entender en castellano, no explicar ‘en gringo’ y solucionar en hechos. No decían, hacían. No prometían, realizaban. La casa, el ahorro, la cocina, la heladera. El estudio. El ser y estar. Se sabe de dónde viene el amor por la casa propia, porque todos sabemos que el plan del Banco Hipotecario llenó de casitas el país. Aquel país. El último país. Esta nostalgia indeleble de aquel país.
Rara cosa la vida en sociedad. Una ciudad como Rosario, sin necesidad manifiesta de adorar a un fundador, soslayando al curita Ambrosio Alzugaray, se empeña en blasones y fábrica tanos que se suponen más livianos de sudores porque no vienen de la baja Italia, como si la hambruna y la esperanza fuesen diferentes según la altura geográfica de la necesidad. Perón es claro. "Conozco una sola clase de hombres... los que trabajan". Rosario florecía en peronismo.
Allí aparecen, en las evocaciones, aquellos jugadores de Central. En el Laurak Bat nos reíamos del retumbo de las sílabas. Tal vez alguno aún se ría hoy. La risa por esos apellidos inventados, inventados en el puerto: pasalacqua, bonsenbiante, francalanza , fumarola, cardamone, malatesta y los que evoca esta crónica: Portaluppi, Apicciafuoco. En todos ellos la doble jugada. Reírnos como si fuésemos reyes con sangre de oro que llega hasta matusalén y no advertir que no eran de la tercera de Central, eran de una hornada de argentinos que todavía debe sumar varias generaciones hasta entender que el peronismo es esto. Tinterillos que se creen reyes. Hijos naturales que olvidan su familia disfuncional con la Vuiton por bandera, tanos humillando a otros tanos. Comunistas enriquecidos y señores feudales que, tras el derecho de pernada, invocan la democracia y las leyes laborales. El peronismo es el tano Cayetano De Nicchillo, el hombre de la UOM que consiguió una ley laboral que todos los intelectuales habían olvidado. La igualdad para la concubina.
El peronismo es eso. El peronismo aún es la espalda del país. La única. Ni bueno ni malo. Real. No han logrado otra. Mañana puede ser. Esperemos.
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