Por Raúl Bigote Acosta
Nota de opinión publicada en diario La Capital el día lunes 19 de octubre
Hoy aquella residencia en el clima seco de las afueras de Madrid, como si fuese una perfecta alegoría del país, está fraccionada al menos en tres lotes. Jorge Valdano, sí señor, sí señora, el mismo. Jorge Valdano, un progresista europeo nacido en Las Parejas, provincia de Santa Fe, la compró, la dividió y revendió. Si algo define al peronismo en su exacta medida es eso. Rezar por Perón y descuidar el altar. Permitir que se lo lleven y lo vendan. Eso somos. Una cocina de una residencia que alojó el cadáver de Evita, en su paso por Madrid, que después de la muerte de su dueño compró, fraccionó, y entregó al mejor postor alguien, ajustado a derecho. “Vamos que todo duele, viejo Discepolín”...
Escuchar a Perón no era sencillo. Su voz cascada, la mala calidad de micrófono y cinta. El Colorado traducía... “el viejo dice que hay que resistir”... “que los que quieren que nos dispersemos no quieren el país, que sigamos juntos y organizados”... “Que los sindicatos deben ser los que cuiden las conquistas, que las van a querer quitar”... Las traducciones del Colo servían para detener la cinta y que contase anécdotas del viaje. Peso sobre peso. Costoso viaje para el peronismo de base. Los de afectos antes que puestos. Años sin burocracia sindical. Mandarlo fue decisión de su grupo. Uno de invitado. Sitios de siesta y cigarrillos Particulares Gran Clase. Humo y peligro de policías tránsfugas y gorilas en el poder. La resistencia.
Con los años, y la infinita escalada hacia la muerte aquello, antes que aventura peligrosa, era un viaje a una parroquia pagana. Argentina creció tanto en violencia que las pintadas, los encuentros furtivos en los bares y los actos en sitios símbolo parecen tonterías. Todos los que subieron el gradiente de violencia saben que, de ese modo, llevaron los afectos al nivel de tonterías. Hoy muchos se ríen del peronismo basal, porque lo consideran una tontería, una excusa para los actos y las convenciones. Se burlan. Usan. Hay cierta necrofilia en los violentos que fornicaron a Perón y sus rituales. El peronismo se muerde la cola con fruición. Es muy raro sentirse testigo de una causa que cayó a estas profundidades. Testigo y memoria. Que un peronista vaya de cero pesos a millones de dólares de capital personal y se permita insistir sobre la democracia, el poder del voto y la movilidad social ascendente, deja el fondo de la espalda al descubierto. La propia y la ajena.
Los analistas del peronismo insisten en que no tiene explicación. El dolor de muelas también es inexplicable. Hay que tenerlo y decir: me duele la muela. El que lo tiene entiende. Listo. Explicarlo con los pares craneanos no es lo mismo.
Claro que el peronismo, es tan inocente como un mensaje en un Geloso para decirte “tenganmé fe” y tan corrupto como el precio vil de la tierras de “El Calafate”. Tan arbitrario como Evita y tan servil como Cámpora. El peronismo es López Rega y John Cooke. Todos están y todos cosechan adjetivos. Acaso el peronismo también sea un adjetivo. Un rosario de adjetivos. Puede serlo porque no es un ladrillo y/o un dogma . Puede por una permisiva cadena de indulgencias de descuidados y de aprovechados que sólo esperan su turno. En el peronismo todos los dirigentes tuvieron su oportunidad de resignificaciones del peronismo y resoluciones dignas. Citemos al obrero del lúpulo, Saúl Eldover Ubaldini, que insistía : “...ni una cosa ni la otra... Sino todo lo contrario”. Como se lee, Scioli no inventó la ambigüedad en el peronismo.
Cuando observo a viejos comunistas, entrenados en Moscú, compartir el peronismo con otros, aprobados en la Escuela de Chicago, no puedo menos que sonreír. Nadie debe pedirle, a quien llega el peronismo, una ficha de socio original. El 17 de octubre del 1945 no había peronistas y se considera el Día de la Lealtad. El peronismo antecede a Bauman y las sociedades líquidas. El peronismo fumó Cooke y Paladino. El peronismo acepta a los viejos menches adiestrados en Moscú y los Chicago Boys. Razón una. Porque puede.
El peronismo es el bullicio de los días de fiesta. No alcanza. Es más. El peronismo es una jornada de luto infinito. Acepta un jefe e idolatra a sus muertos como héroes. Ida y vuelta en destrabalenguas ideológico. Eso somos. “La causa” admite que algunos argentinos, contemporáneos con el fenómeno que significó al país, esto es, el peronismo, intenten extrañarse y analizar, fenomenológicamente, una virosis que se porta por herencia. Es un modo de disparar de su culpa. No hay inocentes. Si se asumiese la enfermedad acaso resolveríamos el comportamiento cuando llega la ternaria, o la cuaternaria. Acaso. Porque las fiebres llegan. También las convulsiones.
Con los años evoco, como medalla a la inocencia, aquellas reuniones clandestinas, tan elementales . El viejo Geloso cargado de tos. Todo es divertido si no fuese que el país estaba pendiente de un relato tan inverosímil que no resistió ningún análisis... ¿Entonces? Bueno, racionalizar el peronismo es asumir Occidente. Pedir que Descartes nos explique. Estamos más cerca de Rabelais. No somos “kantianos” No somos así. Argentina es un país teocrático, aunque esto parezca una herejía. Y acaso lo sea.
El peronismo, al igual que los Estados donde Dios es fuente de toda razón y justicia y es Dios quien define ministerios, ministros, leyes y articulados, vive regenerando la mística. El peronismo ejecuta Lampedusa. Cambia un poquitín para que nada cambie.
Añoro aquellas tardecitas tibias de tabaco negro y mate compartido. El tren de ida uno cree que pasa varias veces. Desde sus ventanillas se han visto tantas cosas...
Explicar el peronismo es sencillo. Vivirlo es otra cosa. La vida no estaba en la cinta del Geloso. Parecía. Pero no. No señor. La cinta era una señal. La fe mueve relatos.
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