Por Raúl Bigote Acosta
Nota de opinión publicada en diario La Capital el día miércoles 23 de septiembre
Todos los métodos de análisis político son convergentes. El argentino, puesto en la disyuntiva final, ha votado, en el 60 por ciento, a los diversos peronismos, y en el 40 por ciento a las ofertas no peronistas. Esto lo define el más claro análisis, las elecciones. Esa encuesta es definitiva.
Busquemos a Perón y habrá un porcentaje superior al 60 por ciento. Fijémonos en la mas crucial elección, allí se entreveraban los caminos; después de De la Rúa y los mini presidentes, Eduardo Duhalde llama a elecciones y los números cantan: 25 por ciento más 23 por ciento más 12 por ciento. Menem, Duhalde, Rodríguez Saá. La suma exime cualquier comentario. Cuando CFK, ya viuda, se asomó a las elecciones sumó, ella sola, mas del 50 por ciento, y los candidatos menores (otra vez los regionales) definieron mejor, mantuvieron la cifra. La persistencia elimina las dudas. El voto peronista es el 60 por ciento.
Cuando la señora Carrió, no la única, claro está, indica que Mauricio Macri no aceptará alianzas con peronismo alguno, pone las cosas en una cifra máxima. El tope es el 40. Un número ideal, por otra parte. No será sencillo obtenerlo. No lo creo posible.
Claro que hay regionalismos. De la Sota, los radicales y los demás partidos pusieron al sector K en un dígito en Córdoba. Elecciones provinciales. Los candidatos nacionales definirán de modo diferente. En otro nicho regional, Santa Fe, ya el sector K tiene un 30 por ciento de piso. Habrá que ver cuánto voto cercano al socialismo termina en el progresismo de relato y, también, cuanto voto peronista de centro abandona a Macri y también se vuelca hacia aquel lado de la torta. El progresismo de relato semeja al flautista de Hammelin. Deberíamos aceptarlo. Tenemos que aceptarlo porque, apenas sale el carné peronista del bolsillo de los candidatos, los porcentajes son los de la historia. Más allá de los matices, todos los relatos progresistas bordean el peronismo y finalmente lo asumen.
Tres veces perdió el peronismo en elecciones generales. Una proscripto y en Alianza (Frondizi, UCRI); la segunda proscripto totalmente (Arturo Illia presidente con menos del 25 por ciento de los votos), y la tercera por un relato mejor: Raúl Alfonsín. La verdadera caída del peronismo finisecular (Duhalde /Palito Ortega frente a De la Rúa/Alvarez) debe inscribirse en las singularidades del país.
Estábamos cambiando paradigmas, los relatos debían parecerse a las personas y las personas a lo que eran: personajes. Los que perdieron dominaban todo. MdeC, Legislatura, CSJ y voluntad popular. No entendieron la "representación de la realidad". El fragote menemista y la necedad de Duhalde confluyeron con la ineptitud radical. Los votos fueron/son otra cosa. Apenas pudieron, con esa singular Ley de Lemas de las elecciones de 2003, se expresaron.
Sobre este octubre los analistas porteños, empeñados en su propio relato, intentan convertir eso, su relato, en los votos de las urnas. No ha sucedido nunca que un comentario se contabilice de modo directo. Claro que hay incidencia, influencia, manipulación. Todas las variantes de una sociedad cruzada de datos, súper plural y receptiva, pertenecen a la mas torcida realidad. Hay actores políticos de primer grado y de segundo grado. Los periodistas somos de segundo grado, pero somos actores.
El caso Niembro ayuda a que miremos de modo diferente los comportamientos que parecían iguales. Supongamos que Niembro es un "cajero" y que lo suyo es un "pasamanos" de dineros blanqueados y ennegrecidos para la campaña. Al revés: supongamos que lo suyo es un pago selecto por fenomenales servicios prestados. Mas revés: supongamos que legalmente la Justicia nada comprobará. No importa. El juicio "de ambiente" lo condenó. No podemos suponer que Niembro es el jefe. Se puede, esto si, inferir que su final fue claro. El Frente Cambiemos sacrifica un alfil (candidato a primer diputado en el distrito electoral que suma el 40 por ciento de los votos directos de Argentina) para no perderlo todo.
Usemos las mismas palabras: "cajero", "pasamanos", "blanqueados y ennegrecidos", "pago selecto", "el imputado no es el jefe" y apliquemos el mecanismo a Hotesur, Lázaro Báez, Alicia K, Máximo K, Amado B. Advertiremos que las mismas encuestas, los mismos analistas, los mismos operadores se estrellan contra una cifra: el 60 no tiembla por estas cosas que desmoronan al 40. Mas claro. Cuestiones que incomodan, dese-quilibran y eliminan de cuajo a quienes son descubiertos en transacciones reñidas con su discurso no alteran a quienes adhieren a la oferta del 60 por ciento, la oferta peronista. El peronismo no sacrificó ningún alfil para sostener su presencia en las sociedad.
Dos cuestiones aparecen. La fidelidad del porcentaje no se estremece por denuncias de corrupción ni por muestras específicas de mal uso de la función pública. Los candidatos no se sienten obligados a condenar a sus compinches. Alperovich/Manzur como Fellner, Insfran, Aníbal Fernández, Urribarri, Capitanich, Urtubey, Granado, Omar Perotti, De Vido, Barrionuevo (siguen las firmas) no son considerados partícipes de algo.
El peronismo mantiene sus porcentajes y no es la corrupción, las denuncias de corrupción el arma política que les quita preferencias. Tendrán que revisar sus estrategias quienes intenten derrocar al peronismo. El 60 a 40 está escrito hace tiempo atrás, como la canción de Charly sobre el inconsciente colectivo.
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