Google+ Raúl Acosta: Quiero ser panelista

miércoles, 8 de abril de 2015

Quiero ser panelista

Por Raúl Bigote Acosta

Nota de opinión publicada en diario La Capital el día miércoles 08 de abril


Hablemos, de una buena vez hablemos del fenómeno: "La televisión panel"; la identificación, por ahora, es propia.

La realidad, el día a día de la televisión, permite advertir la llegada del siglo XXI a un medio masivo en el que la comunicación es una extraña suma de todo cuanto se ve, se oye y se siente.

El uso de los afectos, los perfiles, la vestimenta, las ocasionales alianzas, el lenguaje corporal, terminan por definir muy claramente la presencia de otro modo de comunicar. El siglo XXI, y sus nuevas formas, aparecen crudas en los programas con "panelistas".
Un acto teatral repentino, ‘repentización teatral' sería el concepto, el giro, la forma que domina el mensaje por donde se expresa la sociedad intentando decirnos algo. El modo del mensaje es ese: una actuación. Nos comunican teatralmente.

Dejemos en claro: el periodismo, según entiendo, parte de dos puntos. La excepcionalidad y lo escondido. Lo diferente, el que se accidenta, no el que llega sin sobresaltos. Ese periodismo tiene coyuntura. Lo que se ocultó y debe descubrirse. Ese periodismo no tiene almanaque, tiene objetivos. Coyuntura e investigación. No hay más.

Además de aclarar especifiquemos. La televisión no es parte de un formato de instrucción y conocimiento sistemático y ordenado. La televisión es un exabrupto cultural que entrega material regurgitado, material que instala en un outlet, negocio que tiene su mostrador en el living familiar.

En la televisión coexisten un MdeC y una gerencia comercial donde la facturación y el rating conviven en un equilibrio que siempre es inestable. Coloidal. En ese magma hay manifiesta, y también implícita, una idea de dominación, de poder, de consolidación del peso económico y la influencia. En ese escenario aparece un esquema que responde a las necesidades: diversión y facturación. Ese esquema es el del conductor central y sus ayudantes en un panel. Los panelistas.

Hay diferencias de escenografía y vestuario, a veces impuestas por el horario (se habla de política internacional sartén de teflón y ciboulete mediante) en ocasiones por originalidades del productor (vestimentas payasescas para juzgar bailarines) pero el esquema se impuso. Un relator central y relatores out sider. Teatro del bueno. "Questa sera se recita a soggeto" (esta tarde se improvisa, dice Pirandello) solo que no todo es improvisado.

Son realmente divertidos, si no fuesen también peligrosamente divertidos, programas de conductores y panelistas deportivos hablando de teatro y/o política, como divierten cronistas de espectáculos resolviendo teorías psicoanalíticas. Lo completan invitados, como panelistas ocasionales, que llegan para hablar de un crimen (si, en efecto: si, los invitan para hablar de crímenes donde no fueron ni cadáver, asesino o testigo) y luego del crimen hablan de computación y química biológica. Hay que saber todo de todo. Unica regla válida para la subsistencia. A Pirandello sumemos a los hermanos Discépolo y su género: el grotesco. Teatro del bueno. Nacional y popular.

Tres sitios, las personas que ocupan esos lugares definen el sistema de la "televisión panel". El productor (uno o varios). El director, que por micrófono de órdenes dice quien debe hablar, cuando terminar un tema, con quien ensañarse, cuando reír, cuando llorar. Cuando cerrar un micrófono. Finalmente el director de cámaras. El ojo de ese director trae, hasta el living, el total de ese exabrupto cultural que tanto atrae. Por cuestiones económicas se pueden superponer funciones.

Hay un/una pigmalión que termina siendo el que ayuda a vender el producto. El producto es el mensaje que es: filosófico, económico, político, social, educativo. Para el conductor sumemos a Bernard Shaw. Si Pigmalión consigue manejar su egolatría e histeria (el trabajo en vivo y la pulsión comercial, junto a la fama, los vuelve muy dependientes del show) y transformarla en eje del mensaje, el producto será el adecuado. Triunfará. Lo verá mucha gente (esa idea de triunfo, obvio). Tendrá recompensa comercial directa o indirecta. Ese es otro tema. Se insiste: sin recompensa comercial nada sobrevive en una jungla de facturas, costos y porcentajes. Oro, incienso y mirra.

Finalmente los panelistas. Ellos son los participes necesarios.

Cada uno llena un casillero del producto. En un panel hay un múltiple choise de lo dicho; diferentes lenguajes, amores y odios y lo más necesario: una infinita plasticidad.

Cada panelista es un mosaico necesario, una pieza del sensacional rompecabezas que presentan para captar oyentes, adhesiones.

Alfred Jarry como Eugene Ionesco son la retaguardia inestimable. No quisiera olvidar a Tristan Tzará. Un manifiesto surrealismo domina "la televisión panel". Patafísica y absurdo son el origen. También la circunstancia. El discurso tartamudo, la construcción maniquea, la definición sin mañana, el juego del bien y del mal, y la calidad utilitaria de la filosofía tuitera (la vida y la muerte en 140 caracteres) resignifican los MdeC. Los reformulan.

Admiro mucho a los panelistas y al formato donde crecen y se reproducen. Vida difícil. La envidia nunca es sana. Los envidio.

Los sociólogos y politólogos no han tomado registro. El próximo presidente, cuando jure por la Biblia, la Patria y el Facebook, habrá seducido, superado, amansado a "la televisión panel". No es poco. Para muchos es todo.

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