Mirada desde el sur por Raúl Bigote Acosta
(Publicado en diario El Litoral, 05 de octubre de 2014)
Algunos episodios sirven para el susto y la pregunta. El susto, por la desaprensión de los implicados y la holgazanería colectiva sobre el tránsito y las leyes incumplidas. La pregunta es la elemental: ¿qué nos pasa?
El caso de este muchacho, Capozucca, trae el tema a las primeras páginas. Hay juicio y condena por este caso. Alcoholizado, hace algunos años, conduciendo a excesiva velocidad, mató a dos personas y dejó cuadripléjica a una tercera. Habría iniciado trámites para que le restituyan el carné de conductor. Ahora. En estos días.
Hábil publicista quien lo aconsejó. Haciendo una suerte de acostumbramiento pide, ahora, un carné que recién podría pedir (usar) el año que viene, ya que su inhabilitación terminaría en 2015. Abordar la primera plana de los diarios ahora, para que todo el mundo se acostumbre hoy y no lo insulten el año que viene, es de una calidad superior. Los argentinos siempre estamos en primera fila cuando de esquivar o achicar la ley se trata.
El joven Capozucca mató y estuvo súper comprobado que estaba alcoholizado y que iba a alta velocidad. No sólo que mató; mató a dos personas y dejó paralítica a otra chica más. Una forma distinta de muerte de la cual Capozucca no se hace cargo.
¿Quién se hace cargo de estas muertes? Porque se recuerda vivamente el caso de un muchacho, hijo de un médico de apellido famoso, al que no le pasó nada. Y otro, en este caso hijo de alguien también profesional médico, que mató y tampoco le pasó nada. Y otro profesional, que ayuda a la vida y tuvo un percance similar (su hijo) y tampoco pasó nada. Aclaración: percance no es la palabra correcta.
En todos los casos, tras la mala maniobra, el descuido, la alta velocidad y el alcohol (causales juntas y en montón o una sola, pero desproporcionada), sobrevino la muerte de alguien que nada tenía que ver con la inconducta y el incumplimiento de las leyes.
Tal vez el caso más difícil de explicar es el de un joven abogado que, recordemos, porque estaba por llover y suponía le iba a caer granizo en el techo de su auto, se subió a la vereda y mató a un pibe. Tampoco le pasó nada. Todos los casos mencionados pertenecen a jóvenes con padres conocidos, que convirtieron la muerte en un trámite judicial. Trámite exprés en todos ellos.
Las licencias de conducir son apenas un trámite. Podría agregar casos de quienes tienen licencia sin saber conducir, de sordos, de hipermétropes, présbites, miopes y astigmáticos que poseen su carné. Vamos, que los daltónicos conducen y la indiferencia ante el rojo, amarillo y azul supone algo más que los colores alterados en conos y bastones allá, cerca de la mácula.
Lo que me pregunto, volviendo a los casos de las muertes producidas por quienes tienen licencia para matar (y la usan) si en la República Argentina no hay, en serio, el castigo para todos los “medio” accidentes, “un cuarto” de accidente, y las vulgares infracciones de tránsito.
Porque si se arranca por condenar y multar muy bien la infracción de tránsito, condenar y multar muy bien y no perdonar los semáforos en rojo, no perdonar los excesos de velocidad, finalmente ese borracho que pone su auto a mucha velocidad matando un pibe va a tener un porcentaje menor de posibilidades, habrá sido detenido antes, en la primera borrachera y el segundo insulto a las autoridades. Habrá tenido porque obvio que es un irresponsable- castigos previos que fueron acumulando su irresponsabilidad y su inconducta.
Hay cifras, sin embargo, que son difíciles de entender pero que, dichas por las autoridades rosarinas, deben tenerse en cuenta. Las campañas o las presentaciones que hace la Municipalidad de Rosario cada tanto, en algunos turbulentos sábados en una esquina, con ayuda de patrulleros y policías de a pie, haciendo que los conductores sabatinos soplen una pipeta, llevó a que las autoridades dijesen que, por cada prevención (un borracho menos frente a un volante) se disminuían las posibilidades de accidentes de tránsito en 400 veces. Fume la información, suelte la voluta de humo, calcule. Cada 100 borrachos que se detienen por soplar la pipeta y dejarla cargada se disminuyen 40.000 posibles accidentes de tránsito. Permítaseme: ¡a la pipeta...!
Más allá de la broma, que es imposible de evitar, viene la certeza. Leyes más duras y de cumplimiento efectivo dejarían el carné de conductor en una licencia habilitante para transportarse, no para mandar al cielo a los inocentes.
Tribunales complacientes, padres influyentes y leyes lábiles dan un resultado funesto. Licencia para matar. No es bueno ni lindo ni grato. Nada.
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