El nudo, el eje del poder del kirchnerismo tardío y, después de su muerte, el eje del poder del cristinismo ululante, es el monedero. No hay que darle vueltas al asunto. Es evidente. Es notorio. Todos lo sabemos. Billetera mata galán, aquieta orgullos y elimina caprichos de independencia Consolida la entrega, la sumisión. La sodomización política. Por allí va la cosa.
El gobierno central ha dado pruebas del manejo de la caja. No hay, ante el yugo, líderes regionales ni grupos alternativos. Una sola caja. Una sola frase: Oui madame. Cuando tomó el poder el kirchnerismo y su excrecencia, el kirchnerismo tardío, en rigor tomó las cajas. Toda la ideología, todo el modelo y su praxis se reduce a un punto. Yo tengo el dinero que a vos te hace falta. Pactemos, que me das a cambio. Con el cristinismo ululante el mecanismo de sujeción se ha perfeccionado, endurecido, deshumanizado. No hay pacto, hay órdenes de un régimen absoluto.
Hay un régimen político en el que las cuestiones de caja las decide una persona. La monarquía. El tesoro es del reino y el monarca decide. Tal vez a los argentinos nos guste vivir dentro de un sistema monárquico. Repito. Revisemos nuestra génesis, acaso fue un yerro la Primera Junta. Entusiasman los casos del zapatito de cristal, el beso al sapo o simplemente el folletín de muchacha pobre y esas cosas, tan así, de folletín, que pone a los plebeyos a un tris del reino. Es el sueño popular. A todos gusta el triunfo de uno como uno. Todos somos protagonistas de la realidad del sueño.
Los condados, ducados, marquesados son parte de la corte. Estos, los condes, duques, marqueses, archiduques y caballeros de la reina deben su poder a la graciosa simpatía con el rey/reina. En la corte hay consejeros, vestidores, intrigas de palacio, monjes y sirvientes. Embajadores, adulones, payasos y el humor de la reina decide si cabe una fiesta, salir con la corte de paseo o escuchar chismes de su plebe. Juguemos. Quien Rasputín, Richelieu, D’Artagnan, quien el bufón de turno y cuales los Caballeros de la Tabla Redonda; la imaginación permite el juego. Todo menos la ofensa al poder que de Dios emana, a veces de las espadas, siempre de la moneda.
Lewis Carrol escribió para Alicia un reino donde la reina se parece mucho, en sus desplantes, a las autoridades que supimos conseguir. Carlos García Moreno, iconoclasta, avisó a la niña del mejor modo: ”quien sabe, Alicia, este país no estuvo echo porque si” Para los argentinos normales no. El país es un reino y así las cosas podrían entenderse mejor. El equívoco es pensar en términos distintos al régimen: monarquía.
Los cómicos de la legua van de pueblo en pueblo con sus noticias, romances, cuentos, pero rara vez hablan del reino donde habitan. Son trovadores, no son tontos. Darín y Pinti deberían saberlo: cataratas de palabras sobre palabras, pero sin mirar la alcoba oficial. La estatua de sal le cabe a cualquiera en el reino. Lavagna, Cobos, Béliz, Rossati. Cualquiera.
Los caprichos de la princesita y la salud del príncipe heredero son fundamentales. La reina está enamorada de la memoria de su difunto esposo, el monarca desaparecido en combate contra el dragón de Jonnhy Walker y la Gran Bestia Marlboro. Esos extraños seres le perforaron las carótidas y dejó este reino para ir, justamente, al reino de los cielos. Ella habla con EL sin intermediarios, no confía demasiado en los sacerdotes. No confía en los delegados. Conoce bien su oficio de monarca.
La reina sabe que en su vasto territorio hay riquezas conocidas y otras ignoradas. De sus cabañas lejanas de la ciudad capital del reino saca dineros cuantiosos dándole albergue a los visitantes de las tierras lejanas del sur. Esos sitios, siempre llenos de peregrinos, suman y suman doblones a su tesoro. Un tesoro de leyenda que nadie conoce. El reino vive del diezmo que le otorga el pueblo. Los nobles suelen ofenderse. Es ella quien administra el dinero de los burgos, ciudades donde estos, los nobles, tienen su palacio. Hay un reino y una oficina recaudadora del reino. También, por una lógica económica, una sola bolsa para atender al afligido o, sucede, castigar al caprichoso, rebelde o distraído. Los galpones con las mieses están rigurosamente vigilados. No hay grano que salga de su reino sin que sea ella quien lo decida. Es ella la verdadera reina del trigo, las aguas, el petróleo y la rodocrosita.
El único consejo que recibió de su esposo, el Rey, fue éste. “Nunca entregues la caja a nadie, allí está tu corazón. Mujer mía: te querrán por tu generoso corazón, de modo que cuida de él. El reino que descuida la caja de su tesoro pierde su corazón” El consejo es seguido a pie juntillas. Los empleados del tesoro del reino son de extrema confianza. Enmudecidos, sordos, menguados pero fieles.
Los viajeros que llegan al reino suelen preguntar por el pasado de la reina o el origen del reino. Escribientes y mandarines todos los días redactan una historia que tiene una ventaja: se renueva permanentemente. Eso la vuelve infinita. Se sabe que toda historia es infinita, pero esta es portentosa, es una historia infinita hacia el porvenir. Se cambia el pasado y se decide de ése modo alterar el porvenir. Entran y salen personajes, negocios, buques, visitantes, discursos, cantores. Sólo los héroes permanecen. El reino es épico.
Cada tanto los habitantes de las poblaciones burguesas, seducidos por la bolsa que llega, se distraen. Se confían. Se envalentonan. Enferman. Suelen pedir administrar sus dineros. La enfermedad se diagnostica fácil porque es una sola: federalismo. Y un solo remedio. Ayuno y abstinencia hasta aprender. A fe mía que se aprende. En el reino ya no hay casi nadie enfermo de federalismo.
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