Google+ Raúl Acosta: Sócrates sería un destituyente más

miércoles, 16 de enero de 2013

Sócrates sería un destituyente más

En la cabeza de muchos de los acompañantes de la Señora Cristina, el personaje, un pilar de la cultura grecoromana sería un destituyente. Pensar, preguntar, cuestionar no son tareas que agraden al PEN (Poder Ejecutivo Nacional) menos a la comparsa.

La confrontación mas dura la tuvo (Sócrates) con un fenomenal general: Pericles. Fue el titular, por si hace falta recordar, del Siglo de Oro llamado precisamente el Siglo de Pericles. Con al argumento de un próximo ataque persa, el tesoro de las comunidades es trasladado a Atenas a pedido de Pericles, quien dispuso de él para acometer las grandes obras de la Acrópolis, en el año 444 a.C.. Suena parecido a nuestros discursos.

Pericles fue una figura capaz de dar al siglo en que vivió su propio nombre, y “siglo de Pericles” es en la historia de Grecia, sinónimo de brillantez intelectual, de madurez política, de democracia fundada en tres órganos de Gobierno: Heliea, Bulé y Ekklesia. En la Ekklesia (Asamblea del Pueblo) órgano supremo, cualquiera podía tomar la palabra. Pericles, logro obtener la potestad de gobernar Atenas tanto en política exterior como interior, gracias a que año tras año, renovó en la Ekklesia por votación a mano alzada, su cargo de "strategós autocrátor" es decir su cargo de general en jefe de las fuerzas armadas. Suena parecido a nuestros discursos.

Una cuestión que no admitía dudas (soborno de soldados enemigos) dividió a Sócrates de Pericles. Quien soborna puede ser sobornado, indicaba Sócrates. La conducta era mala. Sin retorno.

Esa discusión con quien lo admiraba (el General Pericles) termina por plantear una cuestión de inocencia o culpabilidad. No hay traslado sin contexto. Para el poder era culpable. Deberíamos reflexionar, en rigor tendríamos que hacerlo: si la justicia es independiente del contexto, del espacio, del tiempo. No parece real. Las dos coordenadas y el paisaje terminan por definir que no hay justicia que se escape de su tiempo, su espacio, su escenario. Las acusaciones nunca fueron consistentes. Es Sócrates quien termina por darles formas más perfectas, posibles, fáciles. Es él quien juega y define, en el juicio, el futuro. Frente a un tribunal popular, conviene recordarlo. Tres fiscales acusadores y 500 jueces. Con voto individual.

Los hombres de su tiempo y los tribunales que formaban terminaron por indicar que Sócrates no obedecía a los dioses y las leyes que el estado tenía por buenas.

Primera acusación. "Sócrates es culpable: por averiguar indiscriminadamente lo que acontece en la tierra y en los cielos; por hacer triunfar la meta causa; por enseñar a otros lo que él hace".

Segunda acusación. "Sócrates es culpable de corromper a los jóvenes, de no creer en los dioses en los cuales cree la ciudad y de sustituirlos por divinidades nuevas".

Defensa general, enunciado. “Mi única y exclusiva misión ha sido en efecto el ir por esas calles persuadiéndoos, jóvenes o viejos, de que no os preocupáseis de vuestro cuerpo ni de vuestra fortuna con el interés con que debéis hacerlo de vuestra alma con objeto de volverla tan buena como sea posible. Mi misión es deciros que la fortuna no da la virtud, sino que al contrario, de la virtud proviene la fortuna cuanto es beneficioso sea a nosotros, sea al Estado".

El concepto de ciudad y estado es único. Es el mismo. Estamos en la civilización griega. Ésa civilización hace culto del estado y de las funciones públicas. No se concibe un ciudadano contra el estado. Si se lo concibe se lo ubica en función de traidor.

El alma es lo bueno que se tiene y que se deja. Toda la civilización que tenemos como componente basal, lo que dejamos, lo que heredamos deviene de entender el alma. Occidente, apenas se consienta en la generalización, responde al alma socrática. Es por ella por donde transcurre la continuidad. Es en el alma donde colocamos lo mejor de nuestro comportamiento o, si se prefiere, la conciencia culpable que nos ataca y nos ataca. Trabajamos para hacerla más buena. La culpa está en el alma podríamos inferir, exagerando. La moral, el comportamiento ético, hace 2400 años que pasa por el alma socrática, la conciencia social, el hombre como parte de esa sociedad indivisa. Atenas.

El cristianismo viraliza el alma, pero el concepto no es romano, es griego. Socrático. Algunas cuestiones del actual Cristinismo ululante refieren a la culpa, al olvido de la culpa, al traslado de la culpa por el alma, la conducta, el comportamiento social descarriado. El mal comportamiento de los otros.

El alegato socrático tiene un elemento básico: la contemporaneidad. Se cierra un ciclo condenándolo. Sócrates no es joven al momento de su juicio. Para la media de vida de aquellos años (500 antes de Cristo) su número es increíble. Frisa los 70. Su lenguaje no es elevado ni atravesado. Claro lenguaje popular. Eso cuentan.

El juicio político a Sócrates en Argentina sería de rigor. Es sencilla la suposición. De qué modo puede el Kirchnerismo tardío o el Cristinismo ululante entender a quien sostiene que es el hombre la medida de todas las cosas. No puede aceptar la propuesta con buenos ojos. No hay mandato divino ni herencia. No hay “EL”. Sócrates altera paradigmas. Baja la filosofía del cielo a la tierra, dice Cicerón al referir al trabajo de Sócrates: "Lo que está dentro de nosotros, sea lo que fuere, en virtud de lo cual se nos dice sabios o necios, que nos hace buenos o malos". Esa es el alma que libera y condena. Difícil circunstancia para los gobernantes. Su propia mirada sin público. Sin discurso.

Además debe contarse un argumento irreprochable. Un argumento final. ¿Sería capaz la viuda de confesar, como Sócrates: "Sólo sé que no sé nada"?

Cicuta para ése griego insolente. Cicuta

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