Entre las frases hechas, latiguillos con los que uno se sostiene, una me sugirieron ante los primeros enfermos de HIV postrados: "Deles un beso en la frente", ese era el consejo de la vieja doctora del Hospital de Niños, en Buenos Aires. Acongojaban los primeros pibes herederos de una infección que nadie entendía bien.
Imité a las abuelas saludando a los bebés y digo desde entonces para despedirme: un beso en la frente. No importa cuán enfermo está el otro. El afecto llega, decía la doctora Bianchi. Era mucha la expulsión social y eso, creo, los postraba más que la enfermedad que afortunadamente hoy ya es crónica. Luego conseguiremos la vacuna. Nadie se enfermará de sida y fabricaremos alguna otra peste, solo para embromarnos como raza. Nadie se destruye a si mismo como el hombre. Nadie. Algunos creen en el fatal destino de la destrucción. La naturaleza, tan llena de programas, siempre tendrá un plan B al que acudirá por defecto. El hombre es la impertinencia que altera el programa original.
La dura pelea de quienes tienen problemas graves de movilidad, aquellos a quienes por diferentes razones la vida, el tiempo, la tramoya genética, hospitalaria, la polio o un colectivo se las quitó, mientras tienen las neuronas empujando están vivos. Pelean. Se enamoran. Tienen ilusiones y disgustos coyunturales. Discuten, están atentos a un mundo mas ancho y ajeno. No importa. Me emociona su fluidez con una vida que no es igual, pero que afrontan con un coraje, una "polenta" fenomenal. Es por ellos que aprendí a decir la frase: "estoy vivo". ¿Cómo estas? Estoy vivo. Algunos se enojan porque creen que es una cita al Diablo. Nada de eso, es simplemente una constatación. No hay capacidades diferentes, hay una sola vida y pelearla siempre será la tarea. Esa sola tarea. Caramba: vivir.
Trabajé con Joaquín Gianuzzi, uno de los más grandes poetas contemporáneos. Convivíamos en la redacción con las Underwood enfrentadas: su máquina y la mía. Somos personalistas los hombres, a tal punto que esos fierros tenían carnadura, las cuidábamos, sabíamos sus defectos y virtudes. Hacíamos de esas máquinas de la redacción del diario Crónica y la revista Así una pertenencia. Poseíamos esas máquinas y sabíamos la lentitud de un tilde o el modo raro de la letra o. La tecla de la letra que, por ejemplo, apretaba la cinta. Joaquín llegaba y escribía un poema que se le había ocurrido en el viaje. Lo miraba, lo arrugaba y musitaba: "No tiene importancia". Si no te cambia la vida no es un poema. La poesía cambia la vida, Raúl, me decía. Tenés que leer a los rusos. Eran sus consejos. Tomé el primero y ante una noticia inquiero (me inquiero, me pregunto): ¿cambia mucho mi vida? Si no cambia mi vida no sirve, es nada más que una mínima muesca, ni siquiera un punto de luz. Ante la información brindada, cualquiera, desde la liviana a la que aparentemente es trágica, insisto: ¿cambia mucho mi vida?
Algunos hechos políticos, políticos y mediáticos, de la sociedad en la que vivimos merecen que hagamos el ejercicio. Cambian mucho nuestras vidas. Preguntarnos y preguntarnos: ¿es bueno, bueno y necesario? El eje es vivir. Estar vivo. Y entregar afecto. Un beso. Hay rotundas teorías que hablan de la capacidad sanadora del abrazo, de atender, de acompañar. Y horas y horas de divanes explicando la tristeza, el olvido, la soledad, el inhóspito alrededor del alma. Pero esa es otra cuestión.
Ahora la cuestión es esta: qué cambia en mi vida si se desguaza el grupo mediático Clarín. Si de nuevo las partes son menos que la suma de ellas. Arriesgo. Poco y nada. Criado con Crónica, La Razón quinta y sexta, El Litoral de Santa Fe, La Capital, Propósitos, el más romántico diario que leí en mi vida, que Barletta editaba cuando juntaba el dinero, el viejo Leónidas Barletta, el verdadero, el del Teatro del Pueblo; las redacciones donde estuve —que son muchas— han llenado el corazón de cicatrices de tipos de tipografía, columna, columna y media y dos líneas de trece para el título. Estoy vacunado contra el cimbronazo. Nada cambiará en mi vida si dividen en varias partes el conglomerado informativo Clarín. Nada.
Pero hay un cambio, poco sutil, que apareció, que existe y está fuera de cualquier análisis sobre el tema. Sirve una referencia poética: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". No es fácil que nos cuenteen con el tema del periodismo independiente. No hay tío que nos traiga su cuento. Ni siquiera los que investigan y dicen: mi investigación es desapasionada. O peor: yo no oculté nada de los personajes mencionados. El ataque a Clarín dejó al aire los huesos, el esqueleto de las intenciones de los textos que se sabía, siempre se supo, son individuales. Este libro esta escrito como una contribución para el entendimiento de (elija el personaje y el tema que quiera) y será así, pero no, no señor. El libro está escrito para contribuir, si, al pensamiento general desde el sitio donde se para cada escritor. No hay inocencia, sin pasión no se vive, mucho menos se escribe. No es el raciocinio, es la pasión. El dinero, la fama, el poder, el ego, el egoísmo, la militancia, la creencia y la fe que se cree verdadera. Pasión. Todo está visible y el caso Clarín ha puesto las llagas y las rosas en mitad de la vereda.
El individuo no es el mismo, el argentino tipo no es el mismo después de este enfrentamiento a plazo fijo. Cambia mi vida. Si. No por las razones con las que ejercitaba la frase. No es un casamiento de la farándula ni, ay, la derrota del cuadro de mis pasiones (Colón de Santa Fe). No es un enfrentamiento policial ni un teórico pavoneándose de sus conocimientos (teóricos) que le permitirán chocar con la realidad pero cobrarse sus dinerillos. Gracias, me equivoqué, ahora páguenme por el resto de mi vida inútil. Je. Asuntos miserables, de personas miserables. Nada de eso sucede. Algo ha cambiado.
Sabemos que los políticos se deshidratan por una foto. Que si la foto no llega aparece la intranquilidad. Que de la foto procede la re re-eleción, la sobrevida, el silencio ante los chanchullos. Todo depende de la relación con quien debe publicar esa foto y es visible que eso es un pacto y que lo miramos de fuera pero que, por fin, se mueven los esqueletos y no la escenografía y el vestuario. Que vemos los huesos de nuestra sociedad. Que nos vemos. A grito pelado. Desnudos en la calle. Cambiando nuestras vidas porque una hipocresía de dos vías ha desaparecido.
La pelea con Clarín trae a los argentinos de ciudad, los lectores cautivos de diarios y revistas hasta un punto de no retorno. Ni Clarín ni CFK serán iguales. Una vida por otra. Cualquiera sabe, de aquí en adelante, que la política se inscribe en todas partes. En todas. Que el último tonto cayó en alguna batalla de otro siglo, acaso en la Batalla de Pavón, tan simbólica. Que todo cuanto se dice suma o suma y resta. Según. Por fuera del cataclismo mediático la poesía. Los bebés, los que pelean la vida minuto a minuto y la lectura de los clásicos rusos, mi deuda con Joaquín Gianuzzi. Pasiones verdaderas, no las de morondanga, que ensucian el beso del afecto: en la frente.
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