Nostalgia pura
Dice Chico Buarque de Hollanda (19-6-44) que la nostalgia es un barco cargado que no puede atracar (“Oh, pedazo de mi, oh, mitad exiliada de mi, llévate tus señales, que la nostalgia duele cómo un barco, que lentamente describe un arco y evita atracar en el muelle”) Noviembre juntó acontecimientos extraordinarios que avivaron esa polvareda inatajable donde miramos sin ver, donde nos encontramos sin saber; estoy hablando de esa bruma del alma de donde nunca nos fuimos. La memoria. El ayer.
El diario La Capital, aquel de la pizarra en los altos de las ventanas, con aprendices de periodista que escribían las noticias ha desaparecido. Dos de aquellos periodistas de pizarra tienen rostro en la polvareda: Jorge ”Peteco” Laborde y Luis María (el petiso) Castellanos. Es otro el diario y personales los recuerdos. La evocación, por tanto, es propia. También la nostalgia, Creo que no hay nostalgias colectivas. En noviembre los 145 años traen la memoria de la tapa con avisos clasificados. No es sencillo explicar que el diario, el verdadero diario de la región, tenía una tapa con avisos clasificados. Nada definió el Rosario de aquellos años como su diario magno sin necesidad de noticias en la tapa, solo avisos clasificados, acaso lo mas claro como eso: como señal. Y la contracara: las noticias más importantes en una pizarra colgada hacia la calle. Después fue reemplazada por “el transparente” con fondo de terciopelo negro y las letras pegadas una a una. Se detenía, el caminante de calle Sarmiento, a leerlas. Un diario a la calle. Si el diario, este diario, fuese porteño, se escribirían historias de historias de historias. En Argentina es el único que viene de tan lejos. Es injusto el centralismo porteño. Cruel. La Capital ha visto pasar la vida de tantos, en 145 años, que conviene citar a José Hernández:”porque saber olvidar también es tener memoria”.
Que hacía cada uno de nosotros en 1972. Qué hacíamos en noviembre de 1972. El regreso de Perón, después que Cordobazo y Rosariazo demostrasen que estaban vivas cosas que suponían perdidas, marcó el fin y el comienzo. Se terminó el exilio de Perón. Fin. Comenzó la etapa de la toma del poder por dos peronismos. Uno el del viejo, el otro el de Perón como Caballo de Troya, como suponían los Montoneros. Aquí la nostalgia de aquellos días se cruza con el tremendo presente. Es como dice el poeta brasileño: un barco cargado que no tiene puerto donde recalar. Hubo cuatro “perones”. El de la revolución del 1943. El que gobernó Argentina de 1946 a 1955, el del exilio de 18 años y el del retorno y la muerte. Hay un buen texto de Asís sobre aquellos años. En realidad el texto se sostiene en Ezeiza, pero ilustra la inconciencia setentista. Noviembre es el fin del avión negro.
La muerte de Reinaldo Svend Segovia, periodista rosarino, cruza noviembre de 2012 llenando anaqueles de momentos, visajes, “días como flechas”. Cerraba todas las tardes el diario La Tribuna, con su redacción en calle Santa Fe, entre San Martín y Maipú. Policiales de “el loco” Valdés, Manuel Valdés, corresponsal de Clarín, de El Gráfico, periodista de poca máquina, de muchas anécdotas, de grandes informaciones policiales. Diario de Efrom, el viejo Isaac Efrom, el gaucho judío, hermano de Blackie, la paloma casada con Olivari. Diario de “El pollo” Justo Palacios”, el legendario periodista que recibió a Fidel en La Habana. Svend es el productor de “Prohibido Detenerse” (el programa de Play Publicidad, de donde surgieron tantos y tantos) y acaso el mejor productor que tuvo Evaristo Monti, que de su mano terminó de conformar sus famosos programas radiales. Svend Segovia es gráficamente aquel diario, después sus revistas, Boom, La Cebra a Lunares, el Expreso de Poly y siempre la mesa del Dory y sus humoradas. Juan Pablo Renzi, Juan Carlos Martini, Rafael Oscar Ielpi, Carlos Saldi, Gregorio Zeballos, Roberto Fontanarrosa, integrantes de un fenomenal delirio sabatino.
Svend no era peronista pero entendía, con el escepticismo de los periodistas, aquellos años de plomo. A él le mandaban los comunicados los grupos terroristas. Los publicaba. El baño del bar El Cairo, por entonces maloliente, era uno de los sitios donde le dejaban la certificación del atentado. Donde, quienes y porqué. Era suya la costumbre de trabajar con los diarios en la mesa de producción. En la mañana la mesa se llenaba de retazos de La Capital y La Razón Sexta. Años dichosos en que los diarios de Buenos Aires no se repartían ante de las 8 de la mañana. Los vespertinos de Buenos Aires después de las 18. Las gacetillas venían en papel con membrete y bien redactadas. La Capital la leo porque venció al dogma, solía decir, duró más de cien años. Debemos leer para aprender cómo hacerlo. Y esperaba la respuesta con su media sonrisa. No era dócil ni bueno Svend, era periodista. Nos toca bailar con ésa polca. Un poco peronistas, un poco indóciles y lectores de La Capital, que llegaba por debajo de la puerta.
Una vez se hizo una encuesta, para una campaña de imagen del diario. Se mencionaba una noticia y se preguntaba dónde la habían leído. Era asombroso el porcentaje que sostenía: lo leí en La Capital. Rigurosamente incierto. El diario quitaba la duda ante la pregunta de los encuestadores. Autos usados, planes de autos, casas, hasta el rubro de las señoritas, refrigeradores, viajes, préstamos: la página viva de la región sigue latiendo: los clasificados de La Capital. En aquella encuesta todos confesaban leerlos. El eslogan fue: “Clasificados, la página viva de la ciudad”
Perón en noviembre de 1972 o la muerte de Svend en este mes no entran en clasificados. Necrológicas es una cosa y sección Política es otra. Una vez, en La Capital titulé, con permiso de Raúl Eduardo Raccamato: “el día que tembló Rosario”. Dura reprimenda. Inútil argumentar que era la mejor forma para explicar que hubo un terremoto y la pared del edificio en ochava con bar El Cairo se había rajado. Años de mesa de correctores y manual de estilo en el diario. Años de saco y corbata.
Años especiales aquellos en que nombrar a Perón era pecado. Años de bares de poesía y de Gary Vila Ortiz a cargo de la franquicia para los textos literarios. Dictáfono, la máquina de Télam, el “abuelo” Semino esperando la última carrera de San Isidro antes de cerrar la edición. El diario de “el chango” Sala (Raúl Hernán Sala) Del Negro Salvador Coscarelli. De “el loco” Pica. Manuel. Leproso. Barra brava de utilería. Portero.
A la tarde en La Tribuna, Svend daba vueltas las noticias, agregaba policiales, una de Gobernación , una del Concejo Deliberante y las mas terribles de Crónica de Buenos Aires, que llegaban por cables de Ansa y Saporiti, agencias con abono barato. Quien recuerde a La Tribuna recordará las mascaritas de Carnaval, una marca registrada del vespertino, fotos que se publicaban desde el miércoles de cenizas hasta las vacaciones de julio. Svend decía: a las mascaritas de carnaval hay que guardarlas, debemos conservar los originales de estas fotitos, alguno será presidente y otro diputado. O no son siempre mascaritas los que ganan? Sonreía de su cruel humorada. Sonreía. Como hoy, seguramente. En este noviembre a pura nostalgia.
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