Ebrios y dormidos
En charla personal con uno de los mas prestigiosos y apreciados doctores de garganta nariz y oído, hombre de clubes, instituciones y amistades (políticas) el conocido ciudadano, tan sencillo como discreto, preguntaba: ¿una crítica como la suya al peronismo ( se refería a Cristina o Lanata, publicada el sábado anterior) no lo malquista con sus amigos peronistas? Hace tanto tiempo que vivimos dentro del peronismo que una pregunta exterior sorprende. ¿Qué razón impide, a un peronista, criticar las formas del peronismo? No ser un intelectual orgánico, como se acepta en el primer mundo hace que el socialismo, el régimen que nos gobierna, las diversas formas de la izquierda y aún del radicalismo, dejen un margen no estipulado, nebuloso, desde donde se critican los actos de los partidos y sus jefes. Hay una estrecha senda por donde se puede, desde el peronismo, disentir con el peronismo y tiene un límite: el cargo político.
No hay, para la organicidad, una diferencia notable con los empleados calificados de los grupos empresariales que tienen definiciones ideológicas en oposición al peronismo. Los sistemas cerrados, para la tarjeta de salud, las comisiones directivas de los clubes, para el crédito, para la discusión partidaria, sólo admiten el primer si y luego objeciones menores. El primer consentimiento es ese, aceptar. Un camino de doble vuelta deja fuera a quienes no aceptan el libro cerrado y, en reversa, los que deben integrar no firman la admisión de quienes objetan. El peronismo es, en este punto como ya se ha dicho: una religión que aún sostiene un Tribunal de la Santa Inquisición. Conviene recordar las culpas y los consentimientos que caprichosamente arbitra el peronismo para con toda la sociedad cuando aparecen personajes que ayudaron a construir el muro y pretende un yo no fui o esto no es lo que yo pensaba. El clásico: que vas a pensar de mi. Fernández puede ser el prototipo del problema nacional. Olviden mi pertenencia al ciento y denme otra oportunidad. Falta Sinatra: Let me try again, let me try again. Think of all we had before. Let me try once more. We can have it all you and I again. Just forgive me or I'll die. Please let me try again. Fernández nunca tendrá la coherencia de Sinatra. Ni su voz, aunque la quisiera. Es el problema del peronismo: la coherencia.
Hoy los prototipos desafinan, pero es una perfecta desafinación. Pertenecer al entramado de lo que nos sucede da derechos de subsistencia a muchos. Se perdió el juicio de residencia. Aceptar que el peronismo no es democrático quita el sueño a los liberales que se subieron a su carro, no a los que vienen del marxismo o los que aceptan lo visible, pero se insiste: pertenecer al peronismo es aceptar que el partido es una cáscara de uso electoral y que el movimiento (cualquiera lo sabe) tiene un vértice. Pregunta. Cómo es el vértice del peronismo. Respuesta. Único e indiscutible. Se puede contradecir. Si, pero quedás fuera. Los que están dentro del peronismo oficial aceptan la voz única. Los que adhieren también. Los que no adherimos quedamos fuera, pero aceptamos que el peronismo es un unicato, un endemoniado movimiento hegemónico que ya se ha trasladado a la sociedad. No ver que Argentina es como el peronismo es quitar el bastón y dejar el pañuelo en los ojos, jugar a la gallina ciega en la terraza del edificio.
La pregunta del doctor baila cada mañana. No solamente en un observador desde provincias, que es mi caso. Baila en el mañana de los dirigentes peronistas, que saben, como yo, que el peronismo exige obediencia y cada amanecer se interrogan. Otro sapo. Otra cucharada de aceite de ricino. Otro si señorita, no lo haré nunca mas. Cien veces no debo, no debo pensar. El peronismo, en sustancia, retira del tablero la obligación de pensar y coloca la tarea para el hogar, justificar del modo mas obediente lo que sucede. Hasta que punto De la Sota o Fito Páez definen al peronismo. Horacio González y Raúl D'Elía. Kicillof y Aníbal Fernández. Pino Solanas y/o Luis Barrionuevo. Moyano y Daer. Todos lo definen hasta el punto del disenso. Allí se termina la falacia. Allí comienza la contradicción.
El 5 de Diciembre de 1810 se celebró el triunfo de Suipacha en el regimiento de Patricios. Uno de los asistentes, un poco alcoholizado, el capitán Atanasio Duarte, propuso un brindis "por el primer Rey y Emperador de América, Don Cornelio Saavedra" (jefe del regimiento y titular de la Primera Junta) y le ofreció una corona de azúcar que adornaba una torta enviada a doña Saturnina, la esposa de Saavedra. Al enterarse del episodio el secretario Moreno decretó el destierro de Atanasio Duarte diciendo que "... un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener expresiones contra la libertad de su país"; prohibió todo brindis o aclamación pública a favor de cualquier funcionario y suprimió todos los honores especiales de que gozaban los miembros de la junta.
Hay una antipática conclusión: el primer país fue/es/será Buenos Aires. El texto describe una situación y la reacción del más jacobino o el mejor jacobino de mayo. Argentina ya estaba clarita, clarita. Se dice de un modo, el de Moreno, se actúa de otro, el de Saavedra. Siempre habrá un Atanasio Duarte. Tal vez sea tiempo de reconsiderar si la mirada que hoy tenemos sobre Argentina y su destino se compromete mas con Atanasio Duarte o con Moreno y si todavía necesitamos un jefe absoluto. El destino imperial de Argentina, que ayer, hoy y mañana se resuelve en Buenos Aires, aparece claro sobre el horizonte. Entre la máscara de Fernando VII y las loas Saavedra el país ya tenía sus comportamientos bien perfilados. Democracia. Libertad. Verbos muy claros. Si no se ejercen se pierden, no hay declamación posible, hay ejercicio. Nadie cree que vivimos en una democracia liberal. Los mas descreídos los neoliberales. Moreno no creía en la democracia. Saavedra menos. Atanasio Duarte era un subordinado chupamedias, sin pensamiento propio. Aquel espíritu de puras razones fenomenales y claros intereses de comerciar mejor, abrieron un camino y fijaron una conducta. Es tiempo de acomodar el peronismo como la resurrección o el zumo que traslada aquella formulación hasta hoy. Negarlo lleva su esfuerzo. Tal vez convenga sentarse en el diván y confesarlo todo. Soy peronista elemental, tengo odios que nunca los digo (tango, Celedonio Esteban Flores) y cuando quiero me desangro en besos (grande, Celedonio) Y el mas claro de todos los mensajes: te quiero como a mi madre, pero me sobra bravura p'hacerte saltar pa arriba, cuando me entrés a fallar (¿que tal?, Cristina canta a Celedonio) A los ponchazos, con remiendos por la falta de actualización ideológica, el peronismo avanza hacia el culto a la personalidad mas exacerbado y ya se dijo: el peronismo es así, por definición. Asumirse es la primera receta. Somos ebrios y dormidos, como enojó a Moreno que fuésemos. Si. No. Somos todos un poco peronistas. Sólo estamos en diferentes partidos.
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