Crecí escuchando radioemisoras. Radio. La radio. En aquellas madrugadas, cuando aún no había “trasnoche”, las radioemisoras uruguayas invadían el insomnio. Acompañaban. Después los trasnoches argentinos. Y el amanecer. Y el día. Lo dicho: compañía.
No se puede, no es posible una compañía sin imaginar cómo es quien se sienta a nuestro lado, se queda en la mesa de luz, en el escritorio, en la heladera, en el baño.
No se puede, no es posible una compañía sin imaginar cómo es quien se sienta a nuestro lado, se queda en la mesa de luz, en el escritorio, en la heladera, en el baño.
De aquellas radioemisoras con válvulas al pequeñísimo transistor, que revolucionó el modo, el medio de comunicación pegó un salto. Mantuvo su esencia. Compañía.
No soy un hombre de radio de este lado, soy de aquel lado, soy oyente.
Los que oímos radio imaginamos cosas, perfiles, físicos. Una tos nos dice mucho, un silencio, una risa. Estamos complicados, somos cómplices.
Es en ésa complicidad que acepté, mientras trabajaba en medios porteños, ser corresponsal de “Cara a cara”, el programa que en las siestas rosarinas co conducían “Gary” Vila Ortiz, Posadas y Suriani. El que me pagaba era Raúl Granados, acaso el mas importante locutor y conductor de todos los tiempos (por estos pagos). En el modo de comunicar superado por Quique Pesoa, capaz de emocionar leyendo la guía de teléfonos. Completo solo Raúl.
De nuevo en Rosario acepto la oferta de Enrique “Tonchi” Carné y produzco periodísticamente un fenómeno irrepetible y es así: no se repitió. Impuse el uso del cronómetro para notas y participaciones. Me entusiasma un tipo especial. Creo que es el mejor. Conducía Quique, locutores de piso Pili Ponce y Daniel Aleart, con un breve paso de Orpha Aldao. Flashes en piso Eduardo Conforti, Oscar Cesini. Redactor de informativos “el viejo” Silvio Marchetti. Flashes deportivos de Eduardo Carmona, comentarios de Pablo Cribioli. Ignacio Suriani retomaba lo de Lagos, que lo tomó de Enrique P. Maroni y leía los diarios. Seis entradas de cinco minutos en dos horas. Lo había sugerido Víctor Mainetti. Los diarios no se podían leer antes de las 8 de la mañana, no llegaban. Empezábamos con “ La Razón 6ª”. Comentarios “políticos “de Dante Nasurdi. Nilda Gómez de Siemiencsuk y la receta. Carlos Bermejo y el espectáculo. El primer operador fue “charlie” Vanrell. Acaso el mejor que vi. Llegaba a horario porque vivía a la vuelta de la radio. Elegíamos la música. Jingle de Jorge Cánepa, con Lalo de los Santos, René Tosco, Yayi Gómez, el turco Adjaije en la bata (sí el de los gatos), Carlos Elías en la viola, grabado en el estudio de Francis Smith, duraba dos minutos, era una canción. Producíamos las notas con teléfono de línea (dos) y un “hibrido” hecho por el negro Bozer (operador de la noche). Rafael Daneri presentaba un tango. El negro Disandro salía de casa de gobierno de Buenos Aires. “Chiche” Di Salvo era un móvil callejero. H.H. Cardozo otro. Grabador de cassettes, cintas despuntadas, acetatos, la tira de publicidad ordenada por “comercial” y la de artística siguiendo rutina escrita día por día. Quique soliviantaba con el “baile señora” (un tema que convertía en clase de baile para el ama de casa) y las dejaba enamoradas del ayer con el “hablando con mi mamá”, texto de nostalgia de una carilla. Sin contar publicidad oficial y ”nacional” vendíamos 90.000 palabras mensuales. No vendíamos. Venían a comprarlas. Todos los que fuimos aún somos “La mañana entera” de 8 a 12 por “La ocho”. La palabra es esa: irrepetible. Hoy cada uno de nosotros es un programa.
Raúl Bigote Acosta
No soy un hombre de radio de este lado, soy de aquel lado, soy oyente.
Los que oímos radio imaginamos cosas, perfiles, físicos. Una tos nos dice mucho, un silencio, una risa. Estamos complicados, somos cómplices.
Es en ésa complicidad que acepté, mientras trabajaba en medios porteños, ser corresponsal de “Cara a cara”, el programa que en las siestas rosarinas co conducían “Gary” Vila Ortiz, Posadas y Suriani. El que me pagaba era Raúl Granados, acaso el mas importante locutor y conductor de todos los tiempos (por estos pagos). En el modo de comunicar superado por Quique Pesoa, capaz de emocionar leyendo la guía de teléfonos. Completo solo Raúl.
De nuevo en Rosario acepto la oferta de Enrique “Tonchi” Carné y produzco periodísticamente un fenómeno irrepetible y es así: no se repitió. Impuse el uso del cronómetro para notas y participaciones. Me entusiasma un tipo especial. Creo que es el mejor. Conducía Quique, locutores de piso Pili Ponce y Daniel Aleart, con un breve paso de Orpha Aldao. Flashes en piso Eduardo Conforti, Oscar Cesini. Redactor de informativos “el viejo” Silvio Marchetti. Flashes deportivos de Eduardo Carmona, comentarios de Pablo Cribioli. Ignacio Suriani retomaba lo de Lagos, que lo tomó de Enrique P. Maroni y leía los diarios. Seis entradas de cinco minutos en dos horas. Lo había sugerido Víctor Mainetti. Los diarios no se podían leer antes de las 8 de la mañana, no llegaban. Empezábamos con “ La Razón 6ª”. Comentarios “políticos “de Dante Nasurdi. Nilda Gómez de Siemiencsuk y la receta. Carlos Bermejo y el espectáculo. El primer operador fue “charlie” Vanrell. Acaso el mejor que vi. Llegaba a horario porque vivía a la vuelta de la radio. Elegíamos la música. Jingle de Jorge Cánepa, con Lalo de los Santos, René Tosco, Yayi Gómez, el turco Adjaije en la bata (sí el de los gatos), Carlos Elías en la viola, grabado en el estudio de Francis Smith, duraba dos minutos, era una canción. Producíamos las notas con teléfono de línea (dos) y un “hibrido” hecho por el negro Bozer (operador de la noche). Rafael Daneri presentaba un tango. El negro Disandro salía de casa de gobierno de Buenos Aires. “Chiche” Di Salvo era un móvil callejero. H.H. Cardozo otro. Grabador de cassettes, cintas despuntadas, acetatos, la tira de publicidad ordenada por “comercial” y la de artística siguiendo rutina escrita día por día. Quique soliviantaba con el “baile señora” (un tema que convertía en clase de baile para el ama de casa) y las dejaba enamoradas del ayer con el “hablando con mi mamá”, texto de nostalgia de una carilla. Sin contar publicidad oficial y ”nacional” vendíamos 90.000 palabras mensuales. No vendíamos. Venían a comprarlas. Todos los que fuimos aún somos “La mañana entera” de 8 a 12 por “La ocho”. La palabra es esa: irrepetible. Hoy cada uno de nosotros es un programa.
Raúl Bigote Acosta
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