La fecha es famosa porque Julio César fue asesinado en los idus de marzo del año 44 a. C. Según el escritor griego Plutarco, César había sido advertido del peligro, pero había desestimado la advertencia.
Cuando iba al Senado, [Julio César] llamó al vidente y riendo le dijo: “Los idus de marzo ya han llegado”; a lo que el vidente contestó compasivamente: “Sí, pero aún no han acabado”. Otros tiempos, el César subió las escalinatas. Desdeñó al mendigo. No lo mandó matar o censurar. Pobre César. Pasó lo que pasó. Acaso si hubiese silenciado al mendigo vidente. Hoy lo harían. Lo hacen muchos “Césares”. Matan mensajeros, traspasan ferrocarilles, denuncian el complot destituyente. Culpas go home.
Aunque el calendario romano fue sustituido por los días de la semana (alrededor del siglo III) los idus se siguieron usando coloquialmente. Shakespeare en su obra Julio César en 1599 los citaba al escribir la famosa frase: “¡Cuídate de los idus de marzo!”. El bardo inglés siempre supo que se necesita un villano en la vida. Escribía sobre la vida.
Cada quien tiene su película. Marlon Brando (Marco Antonio), James Mason (Brutus), John Gielgud (Casio), Louis Calhern (Julio César), Edmond O’Brien (Casca), Greer Garson (Calpurnia), Deborah Kerr (Portia). Dirigió Joseph Mankiewicz. Año 1953. No es fácil quitar de la imaginación que Bruto, el traidor del puñal bajo la túnica, tiene la cara de James Mason. ¿Quién puede olvidar la cara de los traidores? El Marco Antonio de todas las lecturas clásicas tuvo la cara de Brando. El Marco Antonio de Burton con la Taylor es otra cosa. Technicolor.
Villanos bien villanos han sido Vincent Price, William Dafoe, Cristopher Walken, Richard Widmark. La villanía es una categoría. No hay cine sin villanos. No hay historia sin villanos. No hay aventura sin villanos. A mejor villano más grande el héroe, más profundo el sentimiento de adhesión que despierta, más perfecta la afinación. Mejor relato, en suma. En lenguaje sicológico hay que cuidarse del villano que se construye, porque no puede ser otra cosa que la contracara del héroe. Tendrá sus capacidades. Al describir al villano en muchos casos se describe la sombra, la propia oscuridad.
El villano y el héroe tocan en la misma orquesta. Los villanos yankis han sido de dos categorías. De pacotilla y rubios. Los de pacotilla son caricaturas del mal según los yankis. Un alemán retorcido, un oriental durísimo (y malo como actor), un ruso obeso, de bigotes crueles, sudoroso y bebedor de vodka, un latino picado de viruela con rostro feo, según el patrón estético del cine del siglo XX, y poco más.
Si los criterios estéticos los proporciona la clase dominante los malos de la película serán los malos para quienes dominan la historia. Para yankilandia el villano representa el mal del país y lo que es malo en el cine yanki es siempre, pero siempre, siempre, lo que es malo para el país. Los últimos villanos yanquis llevan turbante, la cara tapada y la poca piel que muestra su retrato embozado es aceitunada. Tienen nombres resonantes. Osama Ben Laden.
Los villanos rubios son los del conflicto interior. Cobran muchos dólares por sus villanías. Tal vez deban pagar sicólogos y divanes por los insultos de la gente de bien. No está mal insultar a los villanos en la calle. De hecho se hace. Quien insulta a un villano tiene cien años de perdón. Al perdonar (se) se puede volver a pecar. Ejemplo vernáculo. Los Fernández se han perdonado sus pasados en diversos sitios de la política. De hecho Alberto Fernández es un perdón ambulante y ese bigote, convengamos, es muy “estereotipado”. Si quisiese representar el bien debería quitárselo. A todos los efectos que hubiere lugar: no hay Fernández incursos en villanías.
Cuando terminan las películas, cuando concluyen precuelas, secuelas, sagas familiares y los héroes se vuelven gordos, como el balbuceante Rocky Balboa, el espacio de la villanía desaparece. Se trueca por un olvido. El héroe sobrevive. Y el estereotipo del mal, el villano, se remplaza.
Los héroes tienen melodías. Salvo la canción del verdugo hay poca música para el mal. El verdugo, al fin, no es el malo, es trabajo, nada personal. Las canciones son al héroe. El perdón por las ojeras y el abdomen. La indulgencia por la caída, el pecado. Son héroes. A los héroes sonrisa. A los villanos ni justicia. Los héroes tienen ventajas. No envejecen. No engordan. No yerran.
Marzo tiene sus idus. Aquí están, estos son. Los pasamos. Sobrevivimos. El vidente en la escalinata insiste: aún no terminaron.
Podríamos formalizar un listado de males de marzo. Un listado de las cuestiones que nos preocupan, que se inscriben en la novela que protagonizamos.
La “muni” no tiene presupuesto, la provincia no lo tiene y la nación esconde los dineros. El dinero faltante fabricará villanos. Ningún administrador aceptará que es su culpa, su santísima culpa. El dinero no alcanza en la ciudad, en la provincia y lo definitivo: no alcanza en el país. Con el racionamiento (la repartija) de partido único acaso no nos moriríamos de hambre. Nadie. “Ninguem”. No sería Argentina. Y el villano sería otro. ¿Qué hacer con la tarjeta y la usura del descubierto? Tarjeta de racionamiento, camarada. No hay con que pagarla: no tiene precio.
La realidad cachetea a la mentira. Fingimos que el ”indice góndola” no existe. Marzo es tan otoño, tan hoja al viento en las tormentas (lin yutang). La economía hogareña se desmadró. Deberíamos buscar al villano que sube los precios reales (+25% en cada año) Paquetes de fideos con menos gramos (legalmente) para esconder la suba en el costo y vacas mediáticas con un precio de televisión, no de ganchera y mostrador. Tal vez tengamos un poco de piel de villano al negar la realidad de la milanesa con papas fritas.
Si abandonásemos las burdas anteojeras sabríamos, como sabemos, que la droga está para quedarse. Que las cocinas, las casas de venta, los santuarios existen, son registrados por las autoridades y los aceptamos. Sin engaños: si los corruptos fuesen minoría las mayorías los expulsarían a patadas.
Si aceptásemos la educación como la bandera de salvación, de crecimiento, buscaríamos una instrucción muy firme, muy amplia y una formación de excelencia. Igualar para abajo es darle la razón a la brutalidad.
Argentina, a la usanza yanki, ha definido al villano. Da la medida armoniosamente. Los problemas son con el que traiciona. La frase ”Brutus, tu también, hijo mío”, que pronunció el César después que los puñales saliesen desde abajo del poncho, sigue siendo misteriosa. El más amado, el Hugo Champion, el máximo, el Daniel de las Aguas. La manía Argentina de reinterpretar la historia quita certeza. Hoy Héctor Cámpora es un héroe inteligente. Acaso ahora el César no tenga traidores en la escalinata. Sería tan raro.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario