La pregunta unifica muchachos y muchachas, tíos y parientes lejanos, alumnos y compañeros de viaje. Remplaza la pregunta del tiempo para abrir una charla. El tiempo es el lugar común, esta se usa pocas veces en un año. En algunos años ni una sola vez.
A quien se votó es mucho mas que una respuesta de circunstancia, no es el juego del tiempo, tiempo bueno, tiempo loco, seguro llueve, va a refrescar, si esto sigue así, demasiada humedad. Vió, doña, un sol terrible. Lo que mata es la humedad. . El mal tiempo de ayer terminó y mañana será un buen día. Fíjese como esta ahora el cielo. De noche refresca. Hay que fijarse en el muñequito violeta, sobre la heladera. Ése dice la verdad.
La charla del tiempo refiere lo que pasó con lo que vendrá.
En el país sucede algo similar. Parecido y diferente. En las cuestiones del voto no es fácil la respuesta, porque no es tan sencillo el porvenir, tiene mucha importancia el presente y una profunda carga el pasado. La respuesta no es la misma para una tía que para un gran profesor. Nosotros no somos los mismos con una amante que con un gerente. Tendremos distintas respuestas a la misma pregunta: ¿a quien votó?
Es en este siglo, el XXI, cuando se acepta (recién) que los medios de comunicación no son incoloros, inodoros e insípidos y que, por el contrario, están compuestos por varias capas de ideología, la primera la de la subsistencia. Recién en estas elecciones ha resultado más fácil definir y definirse. En algunos casos no solo estuvo visible el voto, también los ocultos amores y las aviesas intenciones.
El grueso del periodismo acompañó una u otra posición. El juego de las sonrisas, las solicitadas, las ausencias en unos actos y la ostensible presencia en otros, definió a los artistas populares. Cantores, llorones, reidores, malabaristas, trapecistas, el total de la carpa, con el tragasables y la ecuyere en el menú. La fanfarria del circo tocó siempre.
Pensadores extranjeros, como Fernando Sabater, el simpático y atrevido español del buen decir y mejor comer; escritores con el Nobel en la cartera, como Mario Vargas Llosa. Deportistas. Científicos. El total de la población con capacidad de tuitear lo dijo. Votó a uno y otro. Votó. Simpatizó e hizo pública su sonrisa por unos y manifestó abiertamente su ostensible diferencia con otros.
Esto es sano. A menor cantidad de caretas mayor dosis de honestidad. Una consecuencia no deseada de Carl Smith. Si se logra redefinir al enemigo, según conveniencia para la confrontación, se está cerca del triunfo. Ese es Smith, pero también es Sun Tzu. El enemigo sabrá todo según lo que digamos de él. En muchos casos los calzones al aire simplificaron romances y deseos.
En Argentina todos sabemos qué votamos.
Eso brinda una certeza: muy pocos votaron a la derecha. La certeza se vuelve dudosa. Muy.
El 53, 96 % de los votos lo sumó la viuda. La señora CFK tiene ése porcentaje y nadie, absolutamente nadie, puede colgarle la presea de “derechas”. En su caso, además, nadie puede decir que ayudó. Ni uno solo, de los que la acompañaban en sus boletas en todo el país, puede arriesgarse al verbo ayudar. No la ayudó nadie. Por el contrario, allá está la lista de gobernadores impresentables, antidemocráticos, esquivos, casquivanos y sospechados de las mil formas de la corrupción, tironeando para abajo el barrilete.
El doctor Hermes Binner, convicto y confeso de socialismo desde la más clara estudiantina (circa 1960) contuvo el 16,87% que debe inscribirse cerca del peronismo por la convicción del Estado como el gran hacedor de soluciones (sin mezclar, por favor, sin mezclar). Las definiciones programáticas, como la historia partidaria, lo ubican lejos de “las derechas”. El voto a Binner es indudable. No eligieron su boleta los amantes de la doctrina liberal, por ejemplo.
El radicalismo, participante de las internacionales socialistas y activo relator en las mismas puede, debe, necesita mostrarse en un costado de las fotos. El costado donde se recuesta el radicalismo no es el de “las derechas”. El veterano partido de masas nunca se acostumbró a sus referentes alvearistas y sostuvo, por los restos heroicos que persisten, una doctrina del estado como juez y parte de un progreso que ofertaba allá, sobre el fin del siglo IXX. Hoy una nostalgia, una memoria, siempre una propuesta del lado izquierdo de las bancadas.
Sumemos el 11,15% de los votos de Alfonsín (h.) y, aunque mínimas, las adhesiones al Partido Obrero (2,31%) y a
Cualquiera sea el resultado final de esa acumulación, no será menor al 75% de los votos obtenidos. Por gente con nombre, apellido y pasado político. Es ése pasado el que sumó para alcanzar un futuro, apenas terminado el escrutinio. El futuro, ostensible, es el discurso de la progresía. De la inclusión, del crecimiento, del síganme, que no los voy a defraudar. Síganme los buenos. De la nebulosa clasificada como “el proyecto”.
Explicar a Eduardo Duhalde es tarea lacaniana. Queda en duda el 7,98 % de Rodríguez Sáa. El caudillismo es una forma de gobierno. Paternalmente “democrático”, el caudillismo gobierna San Luis hace mucho tiempo. Wi-Fi, carreteras inteligentes y maratones de ajedrez se exhiben como avances. La banda ancha no es, por si, más libertad individual ni democracia. No necesariamente. San Luis está en Argentina, no en el proyecto. En fin. En San Luis no hay libertad de prensa. Tampoco un hambre feroz. Qué lío.
El mañana favorece al progresismo. Eso dicen. No es sencillo asegurar la vertiente progresista. En algún lugar se esconde el esquema de los de centro derecha y los de centro izquierda. El bipartidismo, hombre.
De no aceptarlo (al esquema) deberíamos entender que hay un partido general, único, abarcativo, que alberga las dos vertientes. Es el gran pez. Cerca se encuentran pequeños grupos que intentan crecer al costado de la ballena. Que deberían crecer. Que aún no lo han hecho.
De un lado el partido único que puede dar un vuelco hacia este o aquel puerto. No se sabe, depende de los vientos, de la balanza de pago, del humor chino y la venta de autos a la clase media de San Pablo. De los humores y las hormonas de la señora. Sin recambio, sin plan B. Admitamos, con todos los votos al hombro, una pregunta: ¿el proyecto es una viuda o hay más frascos de dulce en la alacena?
De la otra parte fracciones honestas de quienes dicen: algo se ha hecho, se podría hacer más, se debería hacer mejor, no destruiremos lo conocido, apostamos por mejorar lo que vendrá. Che, deberían decirle a quien corresponda: el discurso más honesto, el que empieza con reconocer que el otro es bueno, en Argentina, no llega a la segunda frase.
La incógnita sigue. A quien votaste es la pregunta que deberíamos hacernos, cambiándola, por el rigor de la inquisición: A quien voté. Reformulándola, para no cerrar el día con equívocos: ¿a quien votamos?
No hay comentarios. :
Publicar un comentario