Muchachos - dijo el Lalo. - El sábado pasado alguien mencionó a Pancho y una casa.
Por favor, Lalo - dijo Tony - ya tuvimos demasiados líos con las frases hechas la semana pasada.
No, Tony - retrucó el Lalo, es en serio. Hablaron de Pancho y una casa para todos.
Yo se de qué se trata, dijo Roberto. En estas cuestiones el que primero habla no es el que más sabe. Se trata de una casa para todos.
No me decís nada nuevo, Roberto, insistió Lalo. Pancho le dijo al gallego que lo ideal era comprar una casa con, por lo menos, cinco habitaciones, si es posible dos baños y lo mejor: planta baja.
Yo sé mucho de operaciones inmobiliarias, cuñao, dijo el cordobés, llegué a vender 900 departamentos en la época que se vendían como loco. ¿Ahora no?, preguntó suave, pero duramente, Lalo. El cordobés, el adulto mayor que jura una venta de 900 departamentos, se calló.
A mí no me pareció una operación inmobiliaria, insistió Lalo, me pareció una oferta sobre algo de nuestras vidas. El dottore Daniel dejó la copa de tinto y le dijo: Lalo, ¿Por qué no me preguntás a mi? Sin que Lalo le preguntase arrancó. Pancho le dijo al gallego que era conveniente una casa propia, comprada en común.
La mejor fórmula para terminar esto la tengo yo, dijo el Colo, les vendo la casa de mi suegra. Balcones amplios, ascensores y montacargas, poco costo de luz. La vendo muy, pero muy barata. Pará coloradito, dijo Tony, en esa casa sigue viviendo tu suegro. Es por eso que la vendo barata. Una mano lava la otra. Va la casa y un inquilino.
No serían inquilinos, insistió el dottore, con la copa de tinto en la mano. No serían inquilinos, serían habitantes. Danielito vos no sabés nada, dijo Roberto, el mejor negocio con los veteranos lo hice yo. Un buen hotel es lo que hace falta. No pueden ser habitantes, son copropietarios. Tienen un territorio común, el comedor, van por turno al baño, lo mejor dos baños, uno con ducha y otro con bañera grande, los pueden visitar los parientes y juegan a las cartas.
A qué juegan preguntó Lalo, resignado a que la conversación se fuese a cualquier parte.
El especialista en barajas es el Tony. Básica, escoba de quince, tresiete, chinchón, brisca, tute cabrero, codillo, truco. ¿A la murra? Roberto preguntó. El Tony lo miró. Si, ya sé, no es con barajas, pero pueden jugar. El Colo es un irreverente muy desalmado. Por la edad el único juego es el “culosucio”. Se sonrió. Lalo lo tomó en serio y para sí, reflexionando, dijo lo elemental: un turno de enfermeros de 8 horas, tres turnos, los francos, al menos cinco por contar los fines de semana. Mas algún camillero y una persona tipo vigilante. Estamos hablando de 8 a 10 personas con oficio. Y cocinera. Y mucama. Y portero. Y médico de Guardia. Y aparatos de oxígeno. Estamos hablando de un sanatorio.
Permítanme aclararlo, dijo el dottore. Lo de Pancho es una buena idea, pero difícil de realizar, dijo Daniel. Una casa de amigos donde los amigos se van poniendo viejos. Viejos y jodidos, aseveró Tony. Y porfiados, agregó Lalo. Yo no me estoy poniendo viejo, dijo el cordobés. Tenés razón, dijo el Colo; ya estás viejo.
La mesa de los sábados tiene cosas inexplicables. Un mozo cambia la conversación. Una mujer bonita también. Pasaron dos. Una realmente llamativa, pero nada. El mozo trajo más condimentos y saladitos, pero nada.
El Lalo, ensimismado, entrecerraba el ojo útil y sacaba cuentas. Roberto intentaba, inútilmente, hablar con sus hijos para buscar una casa de cinco dormitorios y dos baños, planta baja, limonero en el patio trasero. Lo del limonero fue un agregado suyo.
El Coloradito no sabía si había cometido un pecado o un sacrilegio poniendo en venta la casa de su suegro con su suegro adentro. Por las dudas buscó abrir otro frente ¿No convendría hablar con Pancho? Mejor el gallego, dijo Roberto, a mi el gallego fue el que me dijo que la idea era de Pancho. Si algo lo conozco al gallego dirá que hablemos con Pancho, afirmó Tony. Pancho está en el campo, dijo el mozo, cansado de quedarse quieto escuchando. Armó una chacrita a 45 kilómetros de Rosario, cerca del pavimento, por si llueve. ¿Y los negocios en el centro, preguntó Roberto? No lo se señor Roberto, de eso no me dijo nada, dijo el mozo. Marquitos se llama el mozo. Se conocen pocos tipos tan vivos haciéndose tan claramente los tontos como los mozos del club. El chango, el tucumano. Marquitos el más vivo, por lo tanto el que más orondamente se dedica a practicar la tontería.
Me parece que eso es un geriátrico, dijo Lalo. El gallego no contesta, avisó Tony. Cuñao: me parece que lo importante es saber si en ese sitio dejan entrar un Atmagril. Lo miramos al cordobés, no es de hacer bromas, se sonrojó y terminó la idea. A mi me gusta un bifecito jugoso todos los días, varón, y aprendí a cocinarlos en el Atmagril. Si es un geriátrico es necesario ponerlo en limpio, todos los empleados en blanco, las habilitaciones al día, para no tener líos con la muni, que a veces se dedica a clausurar a los truchos. Las cuentas eran muchas, el costo alto.
Marquitos ¿vos irías a atendernos a un sitio de retiro, cuando estemos bastante mas viejos? Marquitos puso los ojos como si lloviese lejos y musitó: Ya los atiendo aquí, señor Lalo.
Me contestó Pancho, dijo Roberto. Dice que el gallego, como siempre, escuchó del lado sordo y entendió mal. Que el dijo por lo menos 5 habitaciones y cinco baños. Un gran living central y que lo del limonero es una locura mía, que me deje de embromar. Entonces estamos hablando de un geriátrico de súper lujo. Eso, me dijo que estaba loco, que el tiene hasta el nombre, que se llamaría “Berlusconi está en el campo”.
La casa de mi suegro está casi perfecta, mi suegro no, dijo el Colo. Habría que buscar un plan B con el suegro, aconsejó Tony, casi socarronamente. Ahora entiendo mejor, dijo Lalo. Pancho quería comprar una camioneta para trasladar señoritas y no abuelos.
En la cocina del club; ¿usan el Atmagril para cocinar los bifes?, preguntó el Lalo, que vió la oportunidad de patear un penal. No señor Lalo, somos muchos más modernos. El cordobés, destinatario de la indirecta, no lo escuchó, estaba escribiendo un mensajito en el teléfono celular. Esa tarea lo mantiene ocupado más de 15 minutos. Brillante laborterapia de la familia Blackberry. Cuando lo recuperamos para el diálogo, en la mesa de los sábados, pidió mas milanesita picada, la habíamos terminado. Pidió albondiguitas, para esperar a las milanesitas. Confesión: a veces me cansa que hable siempre con diminutivos o aumentativos. Milanesita y palizón. A veces cansa.
Que te pasa, Lalo, dijo, Tony. Eh, Lalo, levante el ánimo, dijo el dottore, mientras brindaba. Se los conté: cuatro vasitos de tinto, el primero sin bajar la copa. Iba camino del récord.
Estamos en una situación peligrosa, muchachos. Ninguno se enojó cuando hablamos de la casa para guardarnos si nos volvemos adultos mayores. Está bien, Lalo, dijo Roberto, estamos con la charla de los sábados, estamos blandos, aflojamos la tensión de la semana. Eso es lo peor, muchachos, si lo que abre Pancho es “Berlusconi está en el campo” ninguno preguntó donde estaba.
El cordobés susurraba: ¿con qué harán los bifes jugosos en el club?
El mozo lo escuchó. Con ánimo, dedicación, con mucha voluntad. Lo dijo sin enojarse. Lo trató como se debe, como lo que es: un adulto mayor. Carraspeó, Marquitos, y dijo: perdón que me meta, yo tengo una tarjeta con el mapa, yo sé donde queda la casa de Pancho. Nadie, pero nadie dijo nada.
LA MESA DEL SÁBADO es lo que más acaricia EL DÍA DEL VENCIDO, tu mejor obra.
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