Google+ Raúl Acosta: La enfermedade nacional inseguridad politica

domingo, 5 de diciembre de 2010

La enfermedade nacional inseguridad politica

Inseguridad política.

“Ayer vi a un niño jugando a que mataba a otro niño. Hay niños que se parecen a los hombres trabajando…”. Nicolás Guillén.
Se habla de la inseguridad ubicando el eje en la calle, el arrebato, el robo, la violencia. Algún funcionario insiste: no existe la inseguridad, es solo una sensación. Mienten, claro está. Nadie tiene sensaciones de tal calibre en el paraíso. El miedo se corporiza fácilmente por los índices delictuales. No se frena el crecimiento de la inseguridad ambiente negándola. Peor aún: aceptándola. La resignación alienta al violador. Se olvida que es delito. La violación a la seguridad social es el podrido pan de cada día.
Los voceros de los empresarios tuercen la boca sobre los problemas de los ciudadanos. Para ellos el eje es la inseguridad jurídica. En realidad toman sus recaudos, ganan buenos dineros, se consideran a si mismo empresarios de jugadas riesgosas y sus dividendos, en Argentina, no se corresponden con la civilización mercantil. Voraces, rapaces, andan por las calles orondamente polarizados. Están tranquilos en mitad de la tormenta. Se aprovechan de la falta de confianza en el mañana. Fabrican la usura. Pagamos por los préstamos y las inversiones la tasa de la desconfianza.
El país vive en una inseguridad jurídica, pero no marquemos el origen en el mandato de los actuales caudillos. Los K. no empezaron el drenaje. De la Rúa no brindaba confianza, Duhalde mentía. Menem, nos hizo un país pos moderno. Le explotaron las cuentas a la Alianza. No soñamos el corralito, simplemente fue una pesadilla. Cavallo la peor recidiva. La inseguridad jurídica que, según los liberales, impide la llegada de capitales, algo que parecería cierto, no es una eruptiva de los K. Es una endémica de Argentina. Nacionalizamos, enajenamos, vendimos, expropiamos, compramos, regalamos y subvencionamos los ferrocarriles. Es un ejemplo formidable del “gataflorismo” nacional. Finalmente los anulamos. Cualquiera recuerda el destino de la gata Flora
Con el viento de cola hemos crecido. Sin engaños ni olvidos digámoslo: también han crecido Bolivia, Paraguay, Brasil, Chile, Uruguay. Vamos, crecimos todos. No lo hizo Kirchner. Lavagna menos. Lo hicieron las coyunturas internacionales. Deberíamos, ante el crecimiento regional, preguntarnos la razón de la vida política diferente en Brasil, Uruguay, Chile, todos con el PBI en alza. No somos iguales.
El doble signo en Chile, en Brasil la renuncia de Lula al delirio menemista (la re/re) y la sorpresa de Itamaraty por el mandato hereditario de los K, la amplitud del amplio frente uruguayo, dan otra medida del hombre, que sigue siendo la medida de las cosas. De todas las cosas. Nosotros somos nuestra medida.
Nuestra respuesta a la realidad, que nos contradice, es negarnos a la misma.
La inflación, esa diabetes que nos fabrica una ceguera social inatacable, no existe. Por favor. Es difícil creer que, si la inflación existe, los cuerpos legislativos no la tomen como real. Insistimos: no existe. Que los jueces no fallen las cuentas en litigio sumándole el monto por deterioro asegura su inexistencia. Cómo aceptar su arribo y que todos nos hagamos los tontos inopinadamente. Todo el eje del día se reduce a pensar el costo del aceite de mesa el mes que viene, la electricidad, el pan y hasta el aire y el agua. Bueno, si, existe. No creer en la inflación vuelve insegura la palabra. Un gobierno que la niega tropieza mal. Cuando dice lunes obliga a mirar el almanaque. Generalmente es martes.
Es nuestro problema: somos políticamente inseguros. La inflación nos degüella el jornal en cada jornada. La violencia callejera, la inseguridad jurídica son daños colaterales de un mal profundo: la inseguridad política.
La inseguridad política es parte de nuestro perfil. Somos, si se me permite la “boutade”, antropológicamente inseguros.
Si las cosas son como indican las encuestas la señora K tiene un núcleo duro, que la sostiene, representa el 30% de la población del país. Inflación, ajuridicidad, violencia. También les toca. No interesa.
Si el 70% no logra conformar una fuerza política alternativa el sistema es débil. Es endeble porque está construido sobre lógicas de poder absoluto antes que pactos de equilibrio en el poder. Quienes ejercen el poder formal desarman al resto, como a un enemigo. Juegan a matar otro niño.
La oposición, tan poco eficaz, no cambia el vector resultante, lo confirma: al tacho con el equilibrio sociopolítico. El 70% no ha logrado formular una propuesta o, como dicen los cientistas políticos: articularse.
Allí está la verdadera flaqueza: la inseguridad política. Somos poco confiables. Inseguros. No existe una propuesta (segura) para la alternancia.
Amanecer cada día sin un plan B, es amanecer con el horizonte en la puerta cancel.
El peronismo, cada día más dueño de la escena nacional, permite la constatación. No es, este movimiento, un menú a la carta de los esquemas liberales. El peronismo es un plato único. En algunos casos acompañado de la vieja cucharada de ricino. Ronda la pregunta ácido alcohol resistente: ¿somos esto que criticamos?
La violencia callejera, el alto grado de criminalidad, la falta de pactos, acuerdos, cumplimiento de las leyes es, claro que si, el sustento de la inseguridad social y una creciente inseguridad jurídica. Los capitalistas audaces compiten, tan solo, con los empresarios protegidos por el caudillismo nacional. La oposición, único fiscal al que puede acudir el votante para cambiar el signo de quien manda, asiste a su propio funeral.
En Argentina no hay alternancia posible. Eso es claramente seguro. La única certidumbre es inquietante: No se sabe ser opositor. No hay comportamiento generoso en el uso del poder del oficialismo. Finalmente logramos que la palabra orden se convierta en sinónimo de represión asesina. Que el cumplimiento de las leyes sea considerada una injusticia social. Que estudiar y aprobar al que sabe sea castigar al estudiante. Ayer, hoy y mañana los gobernantes usaron y usarán la palabra “política” como la usaron los milicos: un adjetivo calificativo despectivo. Un insulto. Hurgar en el total del pasado es, finalmente, atentar contra los derechos humanos.
Torna la pregunta que, como bacteria de quirófano, nos acompaña: ¿somos esto que criticamos? Nos horrorizamos ante la respuesta más elemental: si.
Definitivamente niños a cualquier edad, no tenemos un horizonte de adultos. Queremos seguir jugando a las escondidas, en la play station o el sitio de Internet gratuito que podamos. Queremos vivir y que nos perdonen todo. Los pueblos previsores no dejan en la atalaya un niño juguetón.
Escuchar, leer los dichos de Duhalde, Carrió, Fernández (Aníbal) Timermann, Boudou, Fernández (Alberto), CFK, Alfonsin (h), Macri (h) D’Elía, Scioli, Cobos (sigue la lista) afirma la creencia. Niños fabuladores que cultivan el disparate.
Hemos parido la inseguridad política y nos sentimos a gusto en ella. Nuestro relato perfecto es Peter Pan. Lo añoramos.
Raúl Acosta
Testigo

No hay comentarios. :

Publicar un comentario