Rehenes de una locura.
Un rehén es una persona capturada para obligar a otra persona, organización o nación, a cumplir unas condiciones dadas. Un rehén es un prisionero, persona privada de la libertad a causa de un secuestro, una captura u otras causas.
Los argentinos somos rehenes de una caprichosa pelea, de una locura.
El miedo o temor es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento, habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro.
Los argentinos tenemos miedo: vivimos en peligro. También peligrosamente. Es un modo. No es el modo más agradable.
Se designó como locura, hasta el final del siglo XIX, a un determinado comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas. Hoy parecería más simple: la locura sería la pérdida o trastorno de las facultades mentales. Cuando se pregunta cuáles son las facultades perdidas o trastornadas el asunto se complica. Los que se pelean, en Argentina, están inmersos en su locura. ¿Cómo explicárselo?
Una persona que es rehén o se siente rehén tiene miedo. Un rehén advierte que su poder para salirse es escaso, nulo. Nada. Que en el juego (del poder) ha perdido. Mandan los otros.
El rehén puede saberlo. A veces no. En ciertas ocasiones no se da cuenta. Sucede. Hoy sucede.
El miedo no es una enfermedad, pero puede abrir la puerta a las enfermedades.
Rehenes con miedo, prisioneros cotidianos, con las puertas abiertas a cualquier desatino, desde los milagritos a la exasperación, estamos a merced de la locura de dos grupos en pugna por la posición dominante. Nada de heroicidades, o la vida sacrificada por el bienestar general. Ni siquiera el dinero es el motivo, para eso sería fácil que acordasen un “mitad y mitad”. Ya lo hicieron antes otros personajes en igual situación.
Hoy un gobierno peronista asume que hay hambre y problemas sin solución. Como en 1945. El país con hambre y problemas sin solución no sostiene otra acción que la de cubrirse del frío, del estómago vacío, del día sin resolver. No lo aflije su prisión, sólo necesita respirar. Eso es todo. Necesita el aire. El que sea. Después lo pedirá puro. Después. Hoy los dos grupos se aprovechan del hambre, del frío, de la desolación. Mantienen la angustia, la acrecientan mientras miran quien tiene una vara mas larga para los azotes. No permiten respirar . Mañana querrán manejar la respiración ajena.
El peronismo apareció en Argentina para traer aire. Lo negaban. Lo entregó a quien lo necesitaba. No fue fácil, prolijo, totalmente legal. Cambió las leyes para justificarse. Cambió el país, la sociedad fue distinta. Agosto de 2010.Patapúfete. Otra vez sopa. El peronismo, representado por los K, quiere cambiar leyes para justificarse. Seduce: al final de la contienda cambiará el país, la sociedad será distinta. Minga. El 2010 no es el 1945. No puede serlo. Como decirlo si uno es el rehén.
En ésa encrucijada, la mas simple y sin torceduras, nos encontramos. Argentina está en mitad de quienes dicen que ésta es una gesta peronista para recuperar capacidad popular y gobernar la sociedad y quienes dicen que este, el 2010, no es aquel 1945. Que nada es igual. Nada.
Para quienes, sin componendas, prevaricatos, negociados, corrupción y traiciones piensan que los K son aquel peronismo de Evita y Perón el asunto es fácil. A seguir el caminito se ha dicho. También lo seguirán los corruptos, prevaricadores, traficantes de toda laya. Los aprovechados. Los hubo ayer, están hoy, sobrevivirán hasta mañana.
Seguir el camino no significa que el camino es bueno y el mejor. Indica, apenas, que se ha elegido tal sendero. Chau.
Para quienes no están de acuerdo, sin intereses creados, falsas angustias, trampas económicas y oscuros pliegues del poder establecido, el tema se vuelve complicado, difícil, la salida es una: oponerse. Caminarán a su lado los corruptos, prevaricadores, traficantes de toda laya que quedaron fuera de la revancha populista. Oponerse al peronismo K no significa ser un ángel, un benefactor, un bueno. Significa adherir al “establishment”, a los saqueadores, como buena parte del propio peronismo lo hace.
Hoy, como antes, el asunto es el pueblo prisionero, el rehén, el miedo que siente y la certeza: otros tienen el poder, que es ése poder el que puede, como con la locura, definir otra historia de buenos y malos, de justos y pecadores. Otra historia.
Que dicen los K. Que es una gesta heroica. Qué dicen los opositores. Que es un abuso de poder. Insistimos: no es cuestión de plata, es de posición dominante.
Ambos están pujando por escribir el relato, rescribir el pasado, que definiría el presente y allanaría el futuro. Un futuro sin culpas, con leyes cambiadas y héroes por decreto.
Hay un país prisionero de esta pulseada. Y, claro, un relato alterado. En Argentina está amaneciendo tarde y nublado.
Que otro tenga el poder fabrica una angustia en el esternón. Que trafiquen el mañana trae desesperanza.
Agrava el cuadro que nadie queda fuera de la discusión. Rehenes. Prisioneros. Carne de recambio en una elección. Palabras en un discurso. Fotografías. Números de una estadística trucha. Duras estatuas en mitad del festín. Todos bailan en el Puente de Avignon.
No se llega a este punto en un día, ni se sale hacia arriba. No hay laberintos en Argentina. Hay desaciertos, mentiras, intereses y más mentiras.
Un pensador de múltiple acceso (varios lo citamos irrespetuosamente) sostuvo que, ante actos de difícil manejo, inmanejables o peligrosos para el poder y su quietismo, la receta es calificar a la diferencia como locura. El poder define al cuerdo y castiga al loco. Es una herramienta maldita. Foucault lo escribió.
La batalla por la posición dominante nos deja en mitad de la balacera. Agachados, rogando no recibir un balazo y que todo se calme, es decir: un imposible.
Hoy, en Argentina, la beligerancia está en las calles, las paredes, los noticieros televisivos, los actos públicos, el fútbol, la escuela, la bailanta, los reportajes. Una neo Edad Media puso a los señores feudales en los caminos. El uso de la herramienta maldita, el poder, no sirve para la paz, nunca sirvió. Sirve para sojuzgar. Como siempre. Y como en todo relato argentino clásico: los mercaderes harán su negocio y la panza seguirá vacía. Los residuales de 1945 tienen, en su vejez, un último desasosiego: que un peronista diga que las jubilaciones y los salarios por hijo son exagerados revuelve los cimientos de la historia (del peronismo). De esta contemporaneidad peronista no se sabe. El relato no está totalmente escrito. Nosotros, los rehenes, espectadores y experimento de todos los proyectos, solo sabemos una cosa: nunca ganan los buenos. No hay buenos. Desde el fondo del túnel escribió el compañero Mignogna (si, doble g): “…si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia. Quien quiera oir que oiga…”
En el país de los sordos reinan los Kirchner y suena un Clarín.
“Can’t buy me love” es la canción que deberían cantarse. En inglés.
Raúl Acosta
Testigo
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